#88 AVV: Carmina
- Luis García Prieto
- 24 abr
- 7 Min. de lectura
-¡Odio Roma! ¡Odio Roma!
La avenida del Bierzo de Dehesas mide casi cuatro kilómetros y medio. Es más larga que la calle Serrano de Madrid, pero en vez de tiendas de postín y gentes de abultada faltriquera, en esta se disponen chalés de gusto variante, tierras de cultivo, choperas que hacen más ricos en mayo a los fabricantes de antiestamínicos, garajes que arreglan coches de combustión, y algún bar donde aplacar la sed. Venía de visitar el castrelín de San Juan de Paluezas. Como manda el canon de esta web, me hubiera encantado tomar el SMT en Villamartín de la Abadía, sentado a la sombra, viendo pasar los números de las casas. Aunque había un intervalo maldito, entre las dieciséis y veinticinco y las dieciocho y veinticinco, en la que el bus no se adentraba hasta la raya con el municipio de Carracedelo, obligando a esperar en la marquesina. Dos horas mano sobre mano. Así que, ya puestos, caminaba por la acera derecha, rumbo al este, gastando un poco más de suela, que la espera es demasiado larga, tanto como la avenida del Bierzo.
-Ese es el castillo de Ulver.
Una voz me sacó de mis pensamientos desde atrás. Me giré con la misma convicción de quien oye un nombre y se da la vuelta, solo para descubrir que no es el suyo. Como cuando uno cree que se llama Antonio, o José Luis, y al darse cuenta siente ese leve ridículo en las sienes. Una mujer salía apresurada de una casa de un piso, algo destartalada por la falta de pintura. Portaba unas tijeras de podar, nada amenazantes. No tenía prisa, era su manera de caminar despacio.
-El castillo de Ulver, también conocido como el de Cornatel. Sobre el 1100, Jimena Muñiz fue tenente del castillo, o tenenta, para que me entienda: un administrador real. Fue la amante del rey, u otra cosa, que se dicen muchas cosas que no son. ¿Ha leído la novela El Señor de Bembibre, de Gil y Carrasco? Hágalo.
Algo me sonaba la tal Jimena. Soy poco de reyezuelos y sus problemas de cama. La historia dice que fue amante de un tal Alfonso VI, con quien tuvo a Teresa y Elvira, ya no sé si con el adjetivo de bastardas, que suena fatal, ¿por qué hay palabras que suenan tan duro entre los labios?
Mi improvisada guía era una mujer delgada, pelo gris, pasada la mediana edad, con ese azogue en el cuerpo de las personas de nervio puro y mal asiento. Caminaba delante mío, a poca distancia. Se paraba, y yo me paraba también, entre fascinado y confuso. Aquella mujer llevaba unas tijeras de podar, que no sabía si eran su llavero o un arma contra quien la contradijera.
-¿Lo ve?, ¿lo ve allí? Y mire, a la izquierda, abajo, más, más, ese es el palacio del Marqués de Zabaltegui, muy cerca de Priaranza. Es un Bien de Interés Cultural pero ahora no está para visitas. Está levantado sobre un antiguo castro prerromano.
Conocía sobradamente ese lugar. Una pareja de perros cuidaba a 5 ovejas en un prado colindante. Uno de los perros, enfurecido, se vino contra nosotros con una fiereza impensable para proteger a 5 ovejas de unos senderistas que hacíamos ese tramo del Camino de Invierno a la contra. El enloquecido can estuvo a un tris de probar carne humana.
-Y le voy a decir más. Por aquí, por Dehesas, pasó Isabel La Católica, que iba de camino a Santiago. Y como las gentes de Dehesas fueron tan buenas y acogedoras, la reina les regaló el canal, y la denominación de calle Real. Fue el cura de aquella que se lo pidió. No sé si es una leyenda, hasta ahí no juro por nadie, ni por el Real Madrid.
Ese giro de guión me desconcertó.
-Yo soy muy del Madrid, muy del Madrid. Tengo una toalla en la ventana, que la saco cuando ganan. Mi religión es el fútbol. Soy del Madrid. Le puse a uno de mis hijos Alfredo. Y si otro tuviera, pues Florentino. No sé si usted será del Barcelona pero no me importa.
Al llegar a un cruce, pensé en decirle que yo era más berciano que Ferrascús. Que desayunaba pan con botillo mojado en mencía de los Valtuilles. Pero si lo hacía, mi guía ya no sería tan espontánea. Y además, aunque seas de un territorio, al nacer nadie te da un diploma de experto, que la sabiduría no se adjunta con el empadronamiento. Carmina, así la voy a nombrar, no dejaba de soltar datos históricos, como leídos en párrafos del libro de su memoria. Y continuó con su entusiástica exposición que para sí quisieran muchas guías modernas, las del internete, o de las de viva voz y gorra al final.
-Odio Roma. Copiaron todo de los griegos y se llevaron el oro. ¿Qué inventaron los romanos? Nada, todo copiado de Grecia. Mire, mire, Las Médulas se ven desde aquí. Venga. Venga.
Paramos y tornamos la mirada al oeste. Hice como que veía, que comprendía. Aunque ahí le hubiera llevado la contraria. No es que sea un experto en Dehesas y sus perspectivas, pero no: Las Médulas no se ven desde Dehesas, que con la franja de los Aquilianos, el castillo de Ulver, las peñas de Ferradillo y los sotos en los lomos de Peñalga, Traspeña y el Recunco ya me parecen buena panorámica. Y, ¿quién podría odiar Roma? Sería como aunar el síndrome de Electra y Edipo en el mismo argumento, y fusilar al amanecer a los progenitores.
Por un momento, pensé en que mi guía me acompañaría hasta llegar a la parada de la rotonda de La Martina, soltando datos e historias que, por sabidas, o a medio sabidas, entretendrían mi caminar.
Le confesé, sin mucho entusiasmo, que era de Madrid, que es como decir nada y todo. Como si le hubiera confesado que era de la Tierra, de este planeta que se comerá el Sol en unos cuantos eones. De Madrid puede ser cualquiera, aunque no lo haya pisado, ni sepa deletrear la palabra chotis.
La verborrea de Carmina no admitió un respiro, ni preguntó quién era yo, aquel tipo que caminaba por la acera, con una mochila roja y la gorra calada bajo un sol de injusticia. Podía ser de aquí y aportar algún apéndice a su discurso magistral, aunque la mochila le hizo presuponer que era de fuera, forastero en tierra extraña, como diría Heinlein.
-Tiene usted que ir a Villafranca del Bierzo. La joya de esta comarca. Allí los Álvarez de Toledo lo han sido todo, y me temo que siguen mandando. Hubo una de esa familia, la duquesa de Alba, se fue al monasterio de San Pedro de Montes, exhumó a San Genadio, y se lo llevó sin permiso a su convento de Villafranca. El bueno de Genadio terminó en un monasterio de Valladolid.
Yo conocía la historia de oídas, un rocambolesco periplo que pudo acabar en tragedia, llegando a San Esteban de Valdueza. Lo habían enterrado en el monasterio de San Pedro de Montes, pero en 1603 la duquesa de Alba, María de Toledo, se lo llevó sin permiso al convento de Villafranca. Años después, en 1621, la catedral de Astorga pidió la cabeza y se la dieron. El cuerpo terminó en un monasterio de Valladolid que tiraron abajo en los 80, donde ahora está el Hospital Campo Grande.
-San Genadio jugaba al ajedrez, un santo que jugaba a algo que casi nadie conocía en aquella época, un adelantado en la Tebaida Berciana. Aunque yo soy más de San Fructuoso.
Mis temores no se cumplieron. Carmina se paró frente a una casa, con el muro exterior tapizado de hiedra. Sin dejar de hablar, se puso a guillotinar a la pobre planta, que gritaba de dolor aunque no pudiéramos oírla.
-Aquí en Dehesas tenemos una ermita, la del Bendito Cristo de las Maravillas. Y una iglesia que para sí quisieran muchos, con un retablo de los mejores del Bierzo, de Lucas Formente, donde también metió mano Nicolás de Brujas. Tiene que venir a la una y media del domingo a misa para ver el retablo, de los mejores del mundo.
Sus conocimientos iban a la par que su energía. Antes, al repasar la línea de los Aquilianos, había nombrado a la Guiana como el templo de Maia, acertadamente. No se paró a explicarme la leyenda de las Siete Hermanas, donde la Guiana juega un papel protagónico. Se narra la historia de siete hermanas que peregrinaban a Santiago de Compostela. La hermana mayor, Maia para los griegos. Había en su forma de nombrar la mítica montaña algo de pensamiento heterodoxo.
-Hay que cuidar la vesícula. Yo me hago una limpieza hepática y de la vesícula. Un hígado fuerte y limpio es asegurarse una salud de hierro. Lo dice Andreas Moritz en sus libros. Tiene que leer a Moritz.
Busqué al tal Andreas. Muerto a los 58 años de forma repentina. Alguno diciendo que lo mataron por divulgar todo esto de la medicina natural y las limpiezas internas. Fuera lo que fuese lo que tomara Carmina, yo lo hubiera envasado, puesto una etiqueta llamativa, y a encargar el yate y el casoplón. ¡Energía pura!
No sé en qué momento nos dijimos adiós. O si fue un hasta luego. O simplemente un gracias por la información. Sabía que si me acompañaba hasta La Martina, habría aprendido más del Bierzo que con Quintana, Balboa de Paz, o el mismísimo Jota. Aunque, con toda probabilidad, hubiera perdido el bus de las seis y media, mareado por el sol, con la piel caliente, y con más datos y referencias de las que pudiera digerir en esa tarde de mayo con maneras de verano.
Tiempo después pregunté, investigué, y hasta di con ella y sus quehaceres. No por falso respeto ni nada parecido, escondo su nombre real. Que a buen seguro sea bien conocida en el pueblo y en otras plazas.

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