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#107 / LAS MÉDULAS TRAS EL FUEGO

  • Foto del escritor: Luis García Prieto
    Luis García Prieto
  • 7 oct
  • 5 Min. de lectura

CIELO E INFIERNO

Cualquier lugar visto desde el cielo se torna hermoso. Hasta un desierto. Hasta una ciudad caótica e inhabitable. Lo conocido se muestra desconocido: sabemos que lo es aunque nunca lo hayamos contemplado de esa manera a vista de pájaro.

Pocos días después de los incendios de agosto de 2025 —provocados en su inmensa mayoría, que no se nos olvide jamás este detalle abrasador—, el fotógrafo Pedro Armestre, con el apoyo de Greenpeace, nos mostró el estado de la tierra que nos sostiene desde el aire. Las imágenes ofrecen un paisaje terrible, nada familiar. Lo hermoso se ha tiznado con el hollín de la sinrazón, y cada estampa es un duro golpe. Como ese ser amado que regresa de la guerra transformado en otra persona.

Pero hay que verlas, en su crudeza, aunque duelan. Armestre dedica varias instantáneas a Las Médulas desde el oeste, perspectiva que permite ver el recorrido que siguió el fuego, caminando por el margen sur de los Aquilianos. Ha sido casi inexcusable el haber retocado la foto original, etiquetando los lugares. El gráfico permite a los menos duchos identificar los puntos clave y considerar el milagro que hizo que el corazón del paraje resistiera de manera prodigiosa a las llamas. El fuego no pudo entrar en el núcleo más emblemático —La Cuevona, La Encantada— entre castaños centenarios y esa magia singular.

 

PICACHOS TIZNADOS

El incendio que arrasó entre el 9 y el 12 de agosto de 2025 cientos y cientos de hectáreas en el entorno de Las Médulas ha sido un golpe severo para El Bierzo y para el patrimonio mundial. Para quien escribe estas líneas fue uno de los momentos más duros en estas semanas de humo y funestas noticias.

Más allá de los castaños calcinados y de la erosión acelerada que amenaza a los icónicos picachos rojizos, lo que ha quedado expuesto es una carencia estructural: la falta de medios para proteger y gestionar este paraje único, reconocido por la UNESCO en 1997.

La Junta de Castilla y León ha anunciado un plan de restauración que incluye la reforestación de áreas dañadas, la consolidación de taludes y la creación de cortafuegos preventivos. Son medidas necesarias que llegan, sin embargo, como reacción a la catástrofe y no como parte de una estrategia sostenida en el tiempo. Observando la foto de Armestre se constata que nada volverá a ser lo mismo.

 

LA VOZ DEL EXPERTO

El investigador José María Sánchez-Palencia, figura clave en el estudio del yacimiento, ha advertido de que estas iniciativas, aunque positivas, resultan insuficientes: "No se puede gestionar un Patrimonio de la Humanidad con proyectos puntuales y plantillas mínimas. Hace falta un equipo estable, como ocurre en otros lugares de referencia".

La comparación que esgrime citando a Altamira, que también ostenta el título de Patrimonio de la Humanidad, resulta reveladora. Allí trabajan de forma estable más de 200 personas cada temporada entre investigadores, técnicos, guías y personal de mantenimiento. El enclave burgalés de Atapuerca cuenta igualmente con financiación continuada, un plan de investigación sólido y una infraestructura turística que garantiza la difusión de sus hallazgos.

En Las Médulas, en cambio, el número de empleados es testimonial: apenas un puñado de guías, un técnico de apoyo y brigadas temporales en verano. La gestión recae en un consorcio donde confluyen varias administraciones, pero con presupuestos escasos y responsabilidades diluidas.

¿El resultado? Mientras Altamira se proyecta como ejemplo de éxito científico y turístico, Las Médulas languidece como un escenario cada vez más vulnerable. Y hablamos del sistema de explotación aurífera romana más extenso de todo el Imperio, un testimonio de ingeniería hidráulica sin paralelo y un paisaje cultural de extraordinaria belleza.

Sánchez-Palencia ha insistido en varios puntos críticos: la escasez de trabajos arqueológicos en curso, la falta de continuidad en la investigación, el deterioro de senderos y miradores, y la progresiva pérdida de biodiversidad en los sotos de castaños. Todo ello se traduce en un empobrecimiento del relato que se ofrece al visitante. "Sin investigación no hay discurso actualizado, y sin discurso no hay una experiencia cultural sólida", afirma el arqueólogo.

 

CUANDO LA LLAMA SE APAGA

La gestión del posincendio debería ser la oportunidad para un cambio de rumbo. Reforestar es necesario, pero no suficiente. Se requiere un plan integral que aborde el conjunto: restauración ambiental, protección frente a incendios, inversión en investigación arqueológica y contratación de personal cualificado. Sin esas bases, cualquier inversión acabará siendo un parche que se evaporará con el próximo verano seco o con el siguiente cambio político.

Hay, además, un aspecto económico que conviene subrayar. Las Médulas recibe cada año más de cien mil visitantes —los oficialmente contabilizados, por lo que la cifra real es superior—, una cantidad nada despreciable para un enclave rural que podría multiplicar sus beneficios con una estrategia turística bien articulada. Sin embargo, la oferta actual es mínima, fragmentada y con recursos humanos claramente insuficientes.

En Altamira, los ingresos derivados de las visitas, las publicaciones y las actividades de divulgación permiten retroalimentar el propio sistema, creando un modelo sostenible. En Las Médulas, este engranaje se rompe por falta de inversión inicial.

La paradoja es dolorosa: El Bierzo cuenta con un tesoro patrimonial de valor excepcional, pero carece de la voluntad política y administrativa para gestionarlo de manera sostenible. La reacción tras el incendio parece más un gesto de emergencia que un compromiso de largo recorrido. "Lo que Las Médulas necesita no es un golpe de efecto, sino un proyecto ambicioso que combine ciencia, cultura y desarrollo local", defiende Sánchez-Palencia.

Si no se entiende esto, corremos el riesgo de que Las Médulas se convierta en un símbolo vacío: un paisaje erosionado por los siglos, el turismo masivo y la desidia contemporánea. Y lo peor es que la pérdida no sería solo para El Bierzo, sino para todos. Porque cuando arde un Patrimonio de la Humanidad, arde un pedazo de la memoria colectiva.

El incendio de agosto ha dejado cenizas visibles en los montes. Pero también ha revelado las cenizas invisibles: las de la falta de compromiso, las de la burocracia que gestiona a mínimos, las de una sociedad que parece dar por hecho que el patrimonio se cuida solo. Que este desastre sirva, al menos, para prender una llama distinta: la de la responsabilidad real hacia un legado que no admite más silencios.

Una reflexión se impone, por incómoda que resulte: ¿cómo estaría Las Médulas si se emplazaran en otras comunidades con mayor peso político y mediático? La pregunta no busca alimentar agravios territoriales, sino evidenciar que la protección del patrimonio no puede depender del código postal. Algunos tesoros de la Humanidad merecen una atención que trascienda las fronteras administrativas y los cálculos electorales. Las Médulas es, sin duda, uno de ellos.


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