Tras los almendros -heraldos de la primavera-, vendrán los cerezos, en esa floración que tapizará las suaves colinas entre marzo y abril. Aunque recios con sus troncos como pilares de catedral, los almendros también son vulnerables a las enfermedades. Apenas brotan, hongos e insectos acechan, capaces de consumirlos en días. Ya adultos, deben estar fuertes para resistir plagas. Pero hay una enfermedad más temida: la gomosis.
Esta dolencia fúngica, causada por la Phytophthora citrophthora, se delata por lágrimas ambarinas que rezuman de troncos y ramas. Al principio, blandas y viscosas, endurecen con el sol y el viento, cicatrizando la corteza con señales de un sufrimiento silencioso. No es un proceso natural, sino una señal de heridas mal cerradas, exceso de humedad o deficiencias nutritivas. Puede surgir tras podas descuidadas, injertos fallidos o incluso por la invasión de bacterias, virus e insectos.
Las imágenes de este blog, y las de Instagram, están tomadas a finales de febrero, en una finca de cerezos que se asienta en las faldas del cerro El Cabezo, en un fértil triángulo entre Rimor, Orbanajo y Toral de Merayo. A la caida de la tarde, el sol ilumina los cerezos, que se muestran con una curiosa pátina metálica, como hechos de acero sin pulir. Y eso resalta sobremanera esa herida que supura, ese ámbar que recuerda a la ostra y su perla, la consecuencia de una defensa que genera una extraña y codiciada joya.
Los cerezos afectados languidecen. Sus hojas y nervaduras amarillas anuncian el mal. Los frutos quedan pequeños, inútiles, hasta caer prematuramente. Bajo tierra, las raíces mueren de hambre, privadas de la savia que las nutre. A veces, la enfermedad asciende, dejando marcas como cicatrices que abrazan el tronco hasta su colapso total.
La gomosis prospera en climas templados, entre 18 y 25°C, y su avance se acelera con la humedad. Y en este invierno de 2025, la lluvia casi no ha dado tregua.
Para contenerla, es vital podar con herramientas limpias y sellar heridas con pasta cicatrizante. Si el hongo se instala, solo los fungicidas—fosetil o oxicloruro de cobre—pueden detener su avance, aplicados con precisión en primavera y otoño.
En el mundo vegetal, la resistencia es cuestión de equilibrio. Un árbol sano es un bastión contra sus enemigos invisibles. Así que cuando paseemos entre las fincas y campos de Ponferrada, o de Corullón, adornados de cerezos, y veamos estas protuberancias, pensemos en que ese noble árbol, que tanto y bueno nos da, está luchando por su vida.
Ver rutas:
11 RCBP Rimor a Ozuela
13 RCBP Cerro Infantas Orbanajo
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