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Foto del escritorLuis García Prieto

#82 LA BELLOTA Y EL GORGOJO

El otoño ofrece todo tipo de regalos que la abundancia de la naturaleza deja caer al suelo con un desinterés premeditado y notable: nueces, almendras, castañas, delicias ricas y sabrosas. Y bellotas, tantas que podríamos alimentar a cientos y cientos de cerdos, ya sean de dos o cuatro patas. No son el alimento más recomendable del mundo, pues pueden resultar tóxicas, pero cuando el hambre aprieta, ser demasiado exigente no es una opción.

 

A mediados de octubre, se me ocurrió llevarme una bellota de encina, recogida de un camino y escogida al azar por su forma ovalada tan agradable y esa textura a madera pulida, coronada por su simpático sombrero llamado cúpula. Reposó unos días junto a mi portátil, bajo una lámpara. Hasta que una mañana descubrí que algo habitaba en la bellota y había decidido salir a explorar el mundo. Era un gorgojo, o más bien su estadio primigenio: una larva gorda que se movía torpemente, alejándose de su nave nodriza.

 

El gorgojo de la bellota es un pequeño escarabajo (familia Curculionidae) especializado en consumir las bellotas de encinas y robles. Su ciclo de vida gira en torno a estos frutos, ya que la hembra perfora la cáscara de la bellota para depositar sus huevos en su interior. Las larvas se alimentan de la pulpa, desarrollándose dentro de la bellota hasta alcanzar su madurez. Cuando están listas, perforan un pequeño orificio para salir y enterrarse en el suelo, donde completan su metamorfosis. Este gorgojo, sin embargo, no tuvo suerte. Apareció en una casa humana y descubrió que una mesa de melamina no sería el mejor lugar para continuar su existencia.

 

Entonces recordé un hermoso cuento taoísta:

 

Chuang Tzu soñó que era una mariposa. Al despertar, ignoraba si era Tzu quien había soñado que era una mariposa o si era una mariposa soñando que era Tzu.

 

La larva, quizá, soñaba con ser un gorgojo.

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