El río Meruelo es el cuarto río de Ponferrada, con permiso de Molinaseca, aunque no se le cite como tal, e igual me cae alguna colleja de un geógrafo local con título en pared. Ni siquiera en la (a veces injustamente) denostada Wikipedia se le cita ni de refilón. Me defiendo con datos. Nace en los arrabales de Compludo, alimentado por el arroyo de Carracedo. Uno de sus principales afluentes es el arroyo Pequeño, que sienta sus dominios en el municipio ponferradino. De hecho, de sus 14 km de longitud unos 7 km los hace por los límites de Ponferrada. Como si eso no fuera suficiente, el Meruelo da vida, con su fuerza, al mecanismo de la famosa Herrería. Es alimentado por los arroyos y regueros que bajan a ambos lados del estrecho valle, como el Carracedo, el Pequeño o la Viñuela. Y le da tiempo a engalanar al hermoso pueblo de Molinaseca, con una playa fluvial muy visitada. Desemboca en el embalse de Montearenas, que regula el caudal del río Boeza, en las estribaciones de dicho monte.
Caigo en la cuenta de que me he precipitado, y casi he empezado por el final. La norma es empezar tomando un bus, la línea 3 del SMT en cualquiera de sus paradas, o en el Intercambiador para no confundirnos. Esta vez nos vamos a Campo, así, rotundo, con la primera letra en mayúscula, que con ese nombre tan genérico valdría para cualquier lugar. Pero Campo no es cualquier lugar. Es la antesala de Los Barrios, parada y fonda casi obligada. Comparte con esa tríada ya reseñada las casonas, los viñedos, las lomas suaves y los arroyos escondidos. Campo es un gozoso origen y destino en un viaje circular por pagos de mencía, y godello, la uva de vinos blancos más apreciada del decenio. Es Campo un pueblo en cuesta. ¿Cuál no lo es en este municipio, salvo los de la llanura aluvial del Sil? Ofrece sus joyas a medida que apretamos el paso. Nos metemos en dirección prohibida al recorrido del Camino de Santiago, y con algún caminante nos toparemos, y quizá nos indiquen que no vamos bien, que demos la vuelta, a mí me ha pasado, la amabilidad del Camino que debería contagiarse al mundo real. Tiene varias casonas Campo, y la de la calle Real, la de Los Luna, ofrece en su fachada un magnífico escudo, tan bien conservado que pareciera que lo colocaron el año pasado, cuando lleva ahí 3 siglos. Cuenta Campo con una fuente romana, de las mejor conservadas de El Bierzo. Tras la casona de La Bóveda, nos aparece en la esquina la Escuela Ropero que Manuel González y Yebra Pimentel mandó construir para los niños pobres en 1776. Hoy aloja al Centro Cívico del pueblo. En dos giros, y entre estrechas calles, pisamos guijarros y piedras y tierra del camino que aumenta su desnivel a la vera de encinas y los primeros viñedos. Son caminos rurales, que conectan a los lugareños con su sustento, con los pagos de sus abuelos. La primera sorpresa: parcelas con un árbol que no es habitual por estas latitudes. O sí. Olivos. ¿Qué hacen estos árboles tan lejos de Jaén? Podríamos pensar que los trajeron aquellos jienenses que vinieron a El Bierzo a trabajar en la mitad del siglo pasado. Muchos de las Navas de San Juan, que podrían haber llevado en su humilde maleta unas semillas de olivo. Nada más lejos de esta historia. El Bierzo fue una tierra de olivos. Dice una leyenda que los Reyes Católicos obligaron a arrancar los olivares que crecían al amparo del río Sil, desde El Bierzo hasta el Atlántico, para beneficiar a los olivares del sur. El Padre Sarmiento (en el siglo XVIII) primero, y luego Madoz, documentan los olivos en Campañana, en Valdeorras y en Quiroga. Existen muchas otras teorías acerca de su paulatina desaparición. Supongo que fue un poco de esto y un poco de aquello. Entroncamos con el Camino de los Barrios de Salas, la “autovía” que conecta los territorios tapizados de viñedo y almendros. Entre el reguero de Las Junqueras y el arroyo de Valdegarcía se alzan unas suaves lomas donde ahora crece el viñedo de uva godello, una de las mejores variedades de vinos blancos del mundo. La mayor parte son propiedad de una prestigiosa bodega de la Ribera del Duero. Cuando los de fuera apuestan por nuestras vides es que algo se está haciendo bien. Y no, la denominación de Valle del Godello no existe: es una licencia que me doy. A buen seguro que los naturales frunzan el ceño. La Cántara, La Cecilia o el cercano Camino de Matacristianos aparecen en los mapas oficiales, plagados de errores, y muchas veces lo que ponen ahí está allí, en el otro paraje o más al oeste. Siempre que puedo pregunto a los que veo: ¿cómo se llama este paraje?, ¿y aquella loma? Alguno pensará que soy del Catastro y que tengo la misión de redactar un informe que apriete de impuestos a los sufridos labriegos. Adoro los nombres propios, salidos de la razón y la obviedad. Godello, sí, esa uva que es la ambrosía para los nuevos mercados del vino. Una variedad para moros y cristianos, de la ribera o de la comarca, que el que quiera entienda. Pisando fuerte entre las anchas calles de las cepas nuevas, la subida obliga a respirar profundo. Aparece Lombillo de los Barrios, el de la lomba que se adelanta hacia el ocaso, una cincuentena de casas que tienen a la ermita de Nuestra Señora de la Encarnación como su centro de gravedad. Aunque esta vez desdeñamos su compañía, que tenemos que seguir subiendo por las faldas del Cerro de María González. Es raro encontrarse con un monte con nombre de mujer. Me gustaría conocer quién fue la tal María, y dudo que en Lombillo alguien sepa de ella y sus andanzas. El entorno del cerro de María González, con Lombillo en su ladera, sufrió el 8 de septiembre de 2012 un incendio, con 500 hectáreas quemadas. Los esqueletos de castaños a la vera del camino son pruebas y testigos de la enfermedad y del fuego.
Hay más señales de madera de lo habitual. Como la que señala hacia las Puentes de Malpaso. Es un ramal primigenio del Camino de Santiago, y que se dirigía a Los Barrios. El tramo final de descenso (ascenso para los que vengan desde Riego de Ambrós), está en muy mal estado, casi cegado de vegetación, y además es peligroso puesto que es muy estrecho y te podrías caer a un lado, las zarzas y espinos engañan, si pisas mal te vas para abajo. Son 580 metros complicados. Es una pena su abandono ya que es un acceso muy bonito, por el Teso de los Carriles. No es recomendable ir por ahí, aunque el Ayuntamiento de Ponferrada en su página web siga publicitando esta ruta. Avisados están pero sin acuse de recibo.
Volvemos al camino, entre Pinus radiata, Pinus sylvestris y Pinus pinaster, las especias mayoritarias en el municipio de Ponferrada. Uno de los alicientes de esta ruta es ver a Carballín, un roble muy particular pues come metal. En el paraje de Valdechapa, dominado por los pinos, se levantan manchas de robles, esos míticos árboles tan fuertes. A pocos metros del camino principal que lo une con Molinaseca, aparece un curioso ejemplar de roble carballo. Con paciencia, se está comiendo una chapa metálica, que señala los cotos de caza. Hasta podemos intuir unos labios que aprietan la chapa. Cristina Martínez García escribió: Robur es el dios de nuestro pueblo, cuida las cosechas y nos protege de la furia de la naturaleza. Desde que una feroz tormenta arrasara los bosques de Valdechapa, las ofrendas son continuas. Nada le gusta más a Carballín que devorar a dos carrillos sus hojas metálicas. Está contento, hoy ha dejado de llover.
Y de Valdechapa, giramos al oeste, no sin antes ver el valle del Meruelo (Miruelo para algunos), pleno de encantos, el motivo principal que anima este periplo. El Teso de los Carriles, y tras él, el Lombo Mayor, indicando dónde se hallan las Miédulas de Espinoso de Compludo, de oro, modestas comparándolas con las minas de Castropodame, La Leitosa, o Las Médulas.
El río Meruelo ha tallado un profundo y estrecho valle, ayudado por arroyos como el de Las Presas y el de San Bernardino.
Merece la pena acercarse al mirador sobre Molinaseca y su entorno. Ofrece una visión como en una maqueta del hermoso pueblo que cruzaremos en poco tiempo. A partir de aquí, son 800 metros de bajada por una senda entre robles con bastante desnivel ¡Precaución! El que avisa evita la traición.
No hay pueblo sin castro, o con un asentamiento escondido bajo capas de tierra. El origen de Molinaseca podría estar en un castro, emplazado frente a nosotros y perfectamente distinguible por su forma de castro (todos se parecen mucho), con el río Meruelo a sus pies. El Castro (así, sin apellidos) es una visible elevación de 751 m, con forma alargada, muy similar a los muchos que hay en el colindante municipio de Ponferrada. La muralla apenas se conserva, excepto en la ladera que mira al norte, con amontonamientos de piedra que pudieran pertenecer a su derrumbe. Al no haber sido excavado, no se conocen la existencia de posibles materiales arqueológicos.
El comienzo de la ruta de Las Puentes de Malpaso (Ver 7 RTDP Riego de Ambrós Puentes Malpaso) nos lleva a Molinaseca. Aparecen las dos iglesias de Molinaseca, visibles antes que el pueblo. La primera, el esbelto Santuario de las Angustias. Decía Rosalía de Castro:
«Castellanos de Castilla, tratade ben ós galegos; cando van, van como rosas; Cando vén, vén como negros.»
Rosalía no estuvo en Molinaseca, ni conocía el Santuario. Se cuenta, con tintes de leyenda, que los segadores gallegos que regresaban de trabajar en Castilla la usaban de refugio, y ofrecían sus hoces en agradecimiento a la Virgen, llevándose una astilla de la puerta de madera, que tuvo que ser forrada con hierro. Aquellos mismos que Rosalía sí conoció, de ahí el nexo, de rosas y espinas.
Molinaseca bien merece un recorrido pausado, disfrutando de sus atractivos y su aire jacobeo. La iglesia de San Nicolás saluda al caminante, con su rotunda torre barroca. El Palacio de los Balboa es comienzo de la calle Real, mirando al puente más evocador del Camino de Santiago. El llamado Puente Romano, donde podemos mirar de nuevo al Meruelo de tú a tú, meter los pies en él, si el agua helada es de tu agrado. La calle Real es una delicia de piedra, pizarra y corredores de madera, de macetas con flores al sol, con sus bodegas de vino berciano, su panadería, su tienda, sus alojamientos, esas calles tan estrechas por las que apenas cabe una persona. Igual nos encontremos con Alberto Morán, tomar algo con este cura viajero, presentador, cantautor, misionero intermitente. Y pedirle que nos cante Nostalgia. Y nos cuente la historia de su buen amigo Toñín que, jugando al escondite, se metió en un tino de orujo y... “Y ahora que estoy rodeado de amigos, levanto mi copa y brindo por ti”.
Al poco, la Casa de los Carrera, con su delicado escudo primorosamente tallado, con esa bordura en la que se puede leer “Todo es poco con Carreras y Albarez, Balcarzes-Ossorios”. Vias tuas domine demonstra mihi. (Señor, muéstrame tus caminos). Parece dialogar con su vecina, la imponente casa-palacio de los Cangas- Pambley, conocida como la Casa de las Torres por motivos obvios.
Una delegación de Molinaseca, en 2010, visitó la Ruta de los 88 Templos de la isla de Shikoku que, junto al Camino de Kumano, es una de las rutas de peregrinación más importantes de este país. Un monolito, al principio de la calle Real, recuerda este hecho. Pero el nexo nipón no queda aquí. La acera de la larga travesía Manuel Fraga nos conduce al albergue de San Roque. Aunque no seamos peregrinos (quién no lo es: la vida es un peregrinaje continuo) podremos acceder al jardín. Allí nos espera la diosa Kannon, una representación femenina de Buda tallada en un nogal vivo, Ikiki Jizo, técnica que puede traducirse como “buda en madera viva”. El artista Fumiaki Ogita nos legó esta diosa de la Misericordia, que renunció al Nirvana para ayudar a los demás a alcanzar la iluminación budista.
Sin querer hemos abandonado Molinaseca, un lugar al que volver siempre. En media hora de caminata llegamos a la parada de la línea 3 del SMT de la Urbanización Patricia, donde Gil y Carrasco soñó en que pudo ser la Interamnium Flavium de la que habla el Itinerario de Antonino. Esta idea es hoy descartada, pero el castro Carbajos sí que fue un asentamiento castreño donde hoy se levantan magníficos chalés en su coste, con tendencia al feísmo.
Más info en el pdf:
18 RCBP Meruelo y Molinaseca.
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