Es la línea 2 del SMT la que nos acerca a Toral de Merayo. O los fines de semana, cuando coge el testigo la línea 1. Al trayecto deberían llamarle la línea SMT de la cereza, y dar folletos explicativos y poner un pequeño puesto junto a la puerta de entrada. “Póngame un kilo, de las buenas, de las de Rimor”. El Transporte a la Demanda también nos acerca los miércoles y viernes por la módica cantidad de nada, con la debida presentación de la tarjeta o un moderno QR que salga de la aplicación. El bus (el pequeño Isuzu casi siempre), o el TD, nos deja en la emblemática plaza del Nogaledo. Y de telón de fondo el castro, un imponente cerro con sus 612 m. de altura, el mejor mirador sobre el pueblo y sus dominios, para el que quiera aventurarse a subirlo.
La ermita del Nogaledo nos sale al paso. Tomamos la calle de la izquierda, llamada Pinzález. En nada abandonamos las últimas casas del pueblo y vamos oliendo la humedad de los árboles, en especial chopos. Al poco, la enorme tubería del Canal de Cornatel. Este agua mueve un mecanismo junto al lago de Carucedo para generar la chispa del progreso, ese que se nos escapa de las manos, como el agua... Ahora hay que estar atentos. En apenas 100 metros, una ramal poco perceptible se mete por la derecha en la espesura, abandonando el ancho camino que sigue el Oza a la contra, hacia Agadán; deberemos atender las explicaciones del pdf o sacar el mapa de Maps, que para eso están. Unos tramos de fuerte desnivel nos exigen apretar los gemelos, sin haber calentado casi. Caminos horadados por las escorrentías y las ruedas de las motos de cross que, a buen seguro, han abierto y ampliado varios caminos de este paraje. Una advertencia: por aquí pasan motos y quizá alguno vaya demasiado rápido. Gracias a que el ruido que hacen es ensordecedor, una llamada de atención para quitarse rápidamente de su camino. Avanzamos al interior del cerro de las Infantas, un extenso robledal, siendo el roble melojo (rebollo) el más común. Los robles pertenecen al género Quercus, y son de la misma familia que la encina, por eso a veces podemos confundirnos. Sin aviso, pasamos de la sombra a la luz del enorme cortafuegos que divide el cerro de este a oeste, para dejar paso a estos gigantes de hierro. Una línea de 220 kv conecta la subestación eléctrica de Montearenas (en Ponferrada) con la Central de Cornatel, en el embalse de Peñarrubia, entre El Bierzo y Ourense. Desde aquí, divisamos la parte de atrás del Pajariel si se me permite la expresión, la que nunca se ve desde la ciudad. Sin pérdida ni duda, llegamos a La Lombana, donde se abre el cielo entre viñas y aparece un magnífico mirador de los Aquilianos. Siempre cambiantes, siempre hermosos y ahora con nieve, la mejor pintura para este descomunal lienzo de piedra. Y arrullado entre el cerro de El Cabezo y el de la Mallada (que le dicen Testero), Orbanajo, ese barrio que parece pueblo al que llegaremos.
Nos metemos en el bonito camino que sube junto al reguero de Los Predos, que baja de las faldas de los Aquilianos, creando un pequeño vergel de castaños, encinas, almendros y huertas. Orbanajo es (sin demérito) un barrio de Ozuela, aunque disten un kilómetro de tranquilo caminar. Son apenas 15 casas en un entorno maravilloso. Quizá nos topemos con Pablo Ovalle que, en 2018 y junto a Amabel Deiros, creó la ONG Proyecto Orbanajo. Han recogido colillas enarbolando el humor, con su Clown Colillas. Y han pintando mensajes de concienciación en las alcantarillas de la ciudad con su El mar empieza aquí. O cruzarte con José Ángel o Nuria, enfrascados en los tareas de su casa, que es vivienda, que es rural, que es un lugar de sonidos sanadores, con ese envidiable entusiasmo que ha forjado su carácter. Orbanajo da a quien sabe escuchar, como ese cárabo, el robusto búho que puebla los sotos.
Encontramos un tradicional horno de pan todavía en uso. Y pegando lo que era un horrendo depósito de la fuente, y que es ahora un lugar donde nadie podrá pasar sin sacarse una foto. Gracias al trabajo de los vecinos de Orbanajo, hacen que este sea ahora un lugar donde nadie podrá pasar sin sacarse una foto. Con poco, tanto.
Una caseta de la conducción de agua marca el punto álgido de esta ruta, con el cerro de la Mallada a un lado, un apéndice del cerro del Cabezo. En 2022 se instaló un banco en este cerro, un mirador excepcional a El Bierzo, un pequeño desvío con excelentes vistas, muy recomendable para comer o deleitarse.
El Cerro El Cabezo cuenta con numerosos caminos que conectan con los sotos y los pueblos que se levantan en sus laderas. Atravesamos Foleitares (Folilares en los mapas oficiales) con sus castaños jóvenes y centenarios, cerezos con marca de garantía, y viñas en las laderas más bajas. Casi sin darnos cuenta, ensimismados por el misterio del soto, nos abrimos al arroyo de Rimor, las casas con tejados de pizarra y la visión de su soto que sube en dirección a la Güeira, que fue un notable lugar de caza de osos y jabalíes (puercos) para regocijo de señores feudales y de reyes como bien lo documento el Libro de la Montería, escrito en el siglo XIV. Ya hemos caminado por este pueblo en alguna ocasión de RCBP. Las chimeneas de pizarra son todo un ejercicio de sabiduría, con esas lajas negras y afiladas que emiten el humo del hogar. Rimor. Siento predilección por este pueblo tan antiguo, que puede presumir de santo propio: san Pedro Cristiano. Hijo del noble caballero berciano Gutiérrez Eriz, nació en Rimor en el año 1100. Fue monje en el monasterio de Carracedo y obispo de Astorga por tres años, donde falleció en 1156. Cuesta imaginar cómo sería el Rimor que vio nacer al tal Pedro. Mientras descendemos por la calle Magdalena, tal vez nos venga un dulce olor de una rosca de Rimor recién horneada. Sorprende encontrar una tienda de ultramarinos abierta en un pueblo tan pequeño. En la Panadería Colmado Aurora se puede adquirir la famosa y genuina rosca de Rimor. Si no la has probado, entra y compra una, no te arrepentirás: por 5 euros (precio sin actualizar) se recuperan las fuerzas y el ánimo. Pregunta por Tita, la del Colmado. Comiendo rosca nos sale al paso la iglesia de San Jorge. Si la ves abierta, adentro, que ocasiones hay pocas. Dentro aguardan muchos atractivos: un notable artesonado y las delicadas pinturas de la bóveda, con querubines, racimos de uvas, el sol y la luna. Lo que más me llama la atención es el cementerio. No recuerdo ningún camposanto tan integrado en un pueblo como en este. Cualquier vecino de la calle Magdalena o de la calle Concejo pueden asomarse a ver a la ventana, más que nada por comprobar que su difunto sigue en la parcela eterna. Bien lo sabe el combativo Valentín Carrera, hijo no predilecto ni nacido en Rimor pero que ha llevado a todas partes su recuerdo en donde ha ido, hasta a la Antártida ha llevado botillo pero no rosca, que sepamos. Y si era poco, frente al pórtico, un Bonetero del Japón (Euonymus japonicus), una especie nativa de Japón, Corea y China. Este evónimo está catalogado como árbol monumental de Ponferrada, como la encina de Campo o el tejo de San Cristóbal.
Decimos adiós, o hasta luego a Rimor, con la ermita del Santo Cristo no falta de atractivo. Y si la sed aprieta, junto a ella, una estupenda fuente decorada con mucho gusto. Fluvius Mouro. La corriente del Moro, ¿o será mouro, esos seres de la mitología gallega, que es decir celta?
Caminando por la Vega de Rimor, entendemos mejor aquello que José María Quadrado Nieto, en su libro Recuerdos y bellezas de España, decía de El Bierzo:
«Vamos a entrar en un país encantado, circunscrito por ásperas e imponentes sierras, rico en metales, exuberante en aguas, copioso y variado en frutos, poético en sus tradiciones, poblado de monasterios y de castillos y preciosos monumentos.»
Hasta bien entrado abril, es una de las mejores épocas para transitar por el Torullón, por la Vega de Rimor, y deleitarnos con la floración de los cerezos. Si pensamos en cerezos en El Bierzo pensamos en Corullón, que buena y merecida fama. Adoro ese valle del Burbia, la estampa huidiza de su castillo, su iglesia de San Miguel y la amabilidad de sus gentes. Pero como esto es una guía de Ponferrada y alrededores, no podemos olvidar a Rimor y sus mil cerezos.
Un mojón del Camino de Invierno marca (sin pretenderlo) que Toral de Merayo está a tiro de piedra, con las suaves lomas de las Viñas de Vales en la ladera derecha, hacia el cerro de las Infantas que ahora ya conocemos.
Como la ruta es circular, regresamos a Toral de Merayo, una ocasión inmejorable de recorrerlo desde la plaza El Serradero, con un horno de pan como los ya vistos. Y la iglesia de San Salvador, siempre bien iluminada por la luz del ocaso, donde se sigue dando misa de siete de la tarde. La larga calle Merayo es un agradable trayecto, con casas típicas bercianas, con sus tejados de pizarra y los corredores de madera, las regias vigas de castaño. Y un palomar transformado en cochera.
Para buen vino Los Barrios / Para cantar San Lorenzo / para buen vino Los Barrios / y para niñas bonitas vete a Toral de Merayo / vete a Toral de Merayo / para cantar San Lorenzo / Lo mejor que hay en El Bierzo (...) CANCIÓN POPULAR
En el mismo punto donde comenzamos, en la siempre animada Plaza del Nogaledo, acabamos. En Toral de Merayo podemos esperar tranquilos la llegada de los buses blancos y azules. Tenemos tres bares, un restaurante y una pastelería; y hasta un supermercado y dos casas de turismo rural. En caso de necesidad, el pueblo de Toral de Merayo provee.
¡Sube al bus y camina!
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