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  • Foto del escritorLuis García Prieto

#22. La Senda de los Romeros


La línea 1 del SMT, la que viene de Dehesas, del verde llano que comparte con Villaverde de la Abadía, va ascendiendo poco a poco hasta los casi 600 metros donde se asienta el pueblo. Parece, cuando se detiene en la parada última (o primera, según se mire) de la calle Victoriano Muñoz, esquivar el notable pueblo de Santo Tomas de las Ollas, poseedor de una magnífica iglesia mozárabe que hay que ver y disfrutar. Santo Tomás es un pueblo transmutado en barrio, con un mirador hacia el oeste, hacia el mar, que no se ve pero casi, que sabemos que tras la Pena do Seo y dos provincias, bate contra las rocas, y cuya humedad alimenta a la mencía y al prodigioso godello.

Un servidor, el que esto escribe, no ha podido encontrar mejor solución que hacer un kilómetro cuesta arriba por esta carretera que conecta con la poca industria que nos queda, de palas y vientos que en los últimos años soplan feroces, llevándose lo poco que nos va quedando. Pero no nos quejemos, que peor sería que no lloviera y se nos secaran los pimientos.

Al poco, aparece Roldán, una de esas empresas de las que el buen ponferradino cuando va por ahí, más allá del Manzanal, no presume pero que, cuando marchen o se extingan, las personas que queden hablarán de ella como algo mítico: ¡Roldán! ¡Roldán! Allí trabajó fulano y mengano; y se veía el acero salir candente.

El ascenso no es grato, lo sé: el asfalto es para las ruedas, pero las vistas alivian el sufrimiento. En mil pasos, el cielo se agranda hacia el oeste, con el Monte Castro sobresaliendo en la otra orilla del río Sil que aún no se ve. En El Campiello el desvío al cementerio de la ciudad, uno con las mejores panorámicas del mundo. Todavía no es nuestra hora así que, tras el puente sobre la autovía, comienza el verdadero camino, la tierra y la grava. Nos adentramos en el Montearenas, el tercer enclave boscoso que rodea a la ciudad, un territorio de pinos inmensos, que pudo ser campo de aviación en 1928, del que se extrajo wolframio y granito para el palacio Episcopal de Astorga y muchos de los edificios de Ponferrada. O toparse, quién sabe, a alguno de aquellos asesinados en la guerra civil, que la ARMH cifra en medio millar, en Santa Compaña entre los pinus pinaster, pidiendo que alguien los saque de la tierra.

Si es época de moras dudo que acabes la ruta a su hora: es una advertencia, deja alguna para los que vengan detrás. El que avisa, no traiciona. Nos cruzaremos con la Senda de Bas, que fue inaugurada en el 2019 y que propone otra vertiente para andar por el Montearenas.

Como no podía ser de otra manera, descomunales líneas aéreas de alta tensión nos saludan al pasar. No es casualidad. En lo más alto del Montearenas se levanta una de las Subestaciones Eléctricas de Transporte más importantes de noroeste. La forman dos parques de intemperie de 400 y 200 kilowatios. Ocupa una superficie aproximada de 110 mil m2 (tan grande como el Casco Histórico de Ponferrada). Canaliza la energía de origen hidráulico y eólico (y la que generaba, hasta su cierre, la térmica Compostilla II) hacia Mudarra, en Valladolid, para que desde allí se transporte esencialmente hacia localidades del centro de España.Por si fuera poco, Endesa cuenta con la Unidad de Producción Hidráulica del Noroeste, que gestiona 32 centrales repartidas entre Castilla y León, Galicia, Asturias y Cantabria, con una potencia instalada de 810 MW. El Bierzo sigue dando energía al país que ahora parece darle la espalda.

Saldremos de la espesura: pisamos de nuevo el asfalto. Un pequeño tramo se desvía del camino marcado. No hay una indicación al mirador sobre la presa de Bárcena, una privilegiada mirada a una de las presas más notables de España. La estampa no es apta para personas con vértigo. 61 años desde que se puso en marcha, frenando con su enorme peso el empuje del agua del pantano, que inundó dos pueblos. Al otro lado, en la peña del Castillo, atravesada por un pequeño túnel, Francisco González encontró (sobre 1970) los restos de una pila prehistórica marcada en el granito. Le atrajo su forma piramidal truncada y su estratégica situación junto al río Sil, motivos oportunos para suponer en él un altar de augurio, invocación o una cúspide inmolatoria. Las relacionó con otras pilas de Galicia, como en Fonte do Lagarto, en el castro de Cameixa, o la Pena do Altar en la ría de Foz. Es probable que sea un monumento céltico, relacionado con el entorno de castros habitados, como el de Columbrianos y el de San Andrés de Montejos; y por los solsticios y equinoccios marcados por las montañas cercanas. No quiere ser RCBP una referencia bibliográfica histórica ni arqueológica, si no que se basa en lo dicho y afirmado por gente con mayor enjundia. La teoría de Francisco González es muy interesante, en tanto que es desconocida y digna de darle un repaso.

Nos volvemos a encontrar con la Senda de Bas, que nos baja a la presa, a su estrecha coronación entre las roca. A la derecha, el agua verdosa sobre la que corren leyendas de enormes carpas que no pasan aguas arriba más allá de la Peña de Congosto, que en Santa Marina del Sil un Festival las sirve en plato y tenedor. A la izquierda, otra visión de la presa, los 109 metros de caída, recurso de suicidas. Cuando la central hidroeléctrica está en funcionamiento, la presa vibra bajo nuestros pies, con una sensación extraña de una masa tan grande latiendo bajo nuestro cuerpo.

Tras el corto túnel, un trecho zigzaguea hasta encontrarse con la Senda de los Romeros, la segunda parte de este periplo a ambos lados del Sil, un centenario camino rural que los habitantes de Bárcena del Río usaban para labrar las tierras de las laderas del Sil y como vía para llegar a Ponferrada, inaugurado en 2015 después de su acondicionamiento.

Un bosque de ribera nos lleva en paralelo al embalse de la Fuente del Azufre. Ya en 1775 el entonces corregidor (alcalde) de Ponferrada, Salvador Tejerina Vázquez, acarició la idea de convertir en regadío el Bierzo Bajo con el abundante caudal del río Sil, construyendo un embalse que hubiera llegado hasta estas mismas bucólicas riberas. Según ascendemos, la estampa casi irreal del viaducto Fernández del Campo, otro atractivo y escusa perfecta para andar por el empinado sendero.

Al recuperar el aliento, los restos de la mina Virgen de la Encina surgen a la vera del camino. Lleva ahí desde que su explotación fue solicitada en el año 1910. Hay una galería escondida en la maleza; y por la parte de arriba, un muro para evitar arrastres de la parte alta. Casi se me olvida: era de wolframio, uno de los minerales más buscados en la primera mitad del siglo XX, muy apreciado para fabricar lámparas, resistencias y por su uso militar. Guerra Garrido sabe bien de lo que hablo. A buen seguro que ya he recomendado en este blog la lectura de su libro El año del wolfram. En un examen de bercianidad puntúa casi tanto como saber distinguir la androlla del botillo, haber leído alguna novela de Gil y C. o recitar, sin error, A Ponferrada me Voy.

La escombrera impresiona pues, al atravesarla y mirar hacia arriba, parece que las rocas se van a precipitar, de un momento a otro, hacia el embalse de la Fuente del Azufre, llevándose todo consigo. El lavadero para clasificar el material baja en dirección al río Sil, con una escalera lateral. La Asociación Mineralógica Aragonito Azul aseguró, en 2017, haber hallado minerales de uranio en esta explotación. Desde este lugar el viaducto doble, en el punto kilométrico 385 de la A-6, tiene nombre y apellidos: José Antonio Fernández del Campo, el ingeniero que lo diseñó. 357 metros de longitud y una altura de unos 90 metros sobre el abismo. Y que nadie se asuste por el sonido tan particular (como pequeñas explosiones) que los vehículos más pesados hacen al entrar en el viaducto. Un poco más adelante, bajo los pilares del lado oeste, la perspectiva y el cielo harán que podamos sacar unas curiosas fotografías. Los ingenieros no se distinguen por apurar la estética pero este viaducto, dentro de la pureza y la practicidad de sus formas, encierra un hálito sobrio pero agradable que se advierte desde aquí, desde la base donde el cemento armado se funde con la roca granítica. Voy a contar una anécdota personal. Cuando a finales de la década de los 90 estaban construyendo el viaducto, habían despejado la zona oeste por los trabajos de construcción. En una explanada descansaba la descomunal estructura de acero que luego acercarían al abismo para ir conformando el viaducto. Hasta allí nos habíamos acercado mi hermana y mi pequeño sobrino para ver aquel juego de construcción descomunal que parecía desde el pinar. Pero no sabíamos que íbamos a ver otro espectáculo. Atardecía, y aún decenas de operarios se afanaban aprovechando la luz que se escapaba. Un hombre se encontraba en lo alto de la estructura, a varios metros del suelo. Sobre esta, cuando el viaducto estuviera colocado, iría todo el entramado y el asfalto final. Pero ahora caminaba, como si tal cosa, por la estrecha viga, sin protección alguna, mirando al vértigo sin vértigo. Oímos gritos, algarabía. Los de abajo jaleaban al improvisado funambulista. De repente, le vimos asir una larga cuerda y, sin casi pensárselo, comenzó a saltar a la comba, con un griterío animándole. Nos quedamos estupefactos, mudos. Los de abajo continuaban felices de ver a su compañero lidiar con su atrevida estupidez. Sin duda, no era la primera vez que acababa el día con el espectáculo circense. De haber caído al suelo, lo peor que le podría haber pasado es quedar vivo.

Si todavía quedan fuerzas, las vistas del río Sil son maravillosas. Bien lo sabía Gil, otra vez Gil.

«Río de las ondas claras Y las arenas de oro, Que en los remansos te paras, Y de sus sombras amparas Tu inocencia y tu tesoro; Tú que mi frente infantil Miraste en ti reflejar.»

¿Es que en El Bierzo no hay otro que no sea Gil? Sí, pero nos gusta traerlo aquí siempre, lo que se nombra no muere.

El Sil se encaja entre el batolito de granito y el Monte Castro, creando la Fraga del Sil. El viaducto de la Nacional VI es más modesto que el citado pero no por ello menos importante. Y abajo la presa de la Fuente del Azufre. Azufre. Hay estudios que aseguran que abajo hubo un balneario romano que aprovechaba las aguas sulfurosas que manan de dos manantiales. Sobre 1870 se construyó un balneario del que hoy solo queda algún atisbo de edificio en ruinas.

La estrechez se abre, el cielo y el paisaje de los Aquilianos hacia Ferradillo se nos muestra. La ciudad se entrevé tras el Museo de la Energía. Hemos llegado. Dos líneas del SMT, la 4 y la 7, dan mucho juego para regresar a casa. Y no mucho más lejos la Circular.

¡Sube al bus y camina!

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