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#111 / DÍAS DE NIEBLA

  • Foto del escritor: Luis García Prieto
    Luis García Prieto
  • hace 4 días
  • 3 Min. de lectura

La niebla es la manta con la que el otoño y el invierno cubren el paisaje, como si la naturaleza, ya despojada de hojas y de color, buscara resguardar su pudor. Un día de niebla no debería ser excusa para quedarse en casa ni obstáculo para salir al campo, al monte. Al contrario: como escribió Valle-Inclán en sus Sonatas, la niebla otorga al paisaje “una melancolía de sueño y de misterio”, capaz de transformar cualquier sendero conocido en un escenario casi irreal, suspendido entre la vigilia y la ensoñación. No es casual que Ovidio Lucio Blanco titulase Nocturnos con niebla [Editorial Hontanar, 2000] a la que quizá sea la aproximación más certera a la biografía de Gil y Carrasco, entendiendo la bruma no solo como atmósfera, sino como estado del alma.

Las jornadas neblinosas son una invitación irresistible para el caminante atento. Los viejos caminos que serpentean junto al Sil, las sendas que atraviesan los sotos de castaños adormecidos y las veredas que comunican los pueblos adquieren bajo ese velo blanquecino una dimensión nueva. El paisaje, tantas veces recorrido, se reinventa. Aparecen formas sugerentes en la penumbra grisácea que todo lo envuelve. La niebla avanza y retrocede, inquieta, como si no terminara de acomodarse, como un animal que pace entre los troncos, rozando la corteza, borrando los límites. Todo aderezado con silencio, un silencio espeso que amortigua el mundo tras sus límites.

Hay, sin embargo, un lugar desde el que la niebla se revela en toda su magnitud. Desde lo alto del monte Pajariel, unos cuantos días al año, la naturaleza saca su atrezo invernal, haciendo posible contemplar un mar de niebla sobrecogedor, casi irreal, que suele asentarse hasta los 750 metros de altitud. Desde esa altura, la mirada se desliza sobre una superficie engañosamente plana, donde los Aquilianos, los sotos de Rimor y Priaranza, e incluso las estribaciones de Ferradillo, emergen como costas y cabos de un mar interior. No es un mar bravo, sino dulcemente batido, de aguas mansas, que convierte el relieve en archipiélago y al observador en testigo privilegiado de una geografía transfigurada.

Para quien mira a través de una cámara, estos paseos invernales ofrecen oportunidades únicas. La luz, filtrada tímidamente por la bruma, compone contrastes delicados y extraordinarios: los castaños desnudos alzándose como centinelas sombríos, las aguas del río reflejando un brillo plateado, o la aparición súbita del sol, que rasga la niebla y transforma el aspecto umbrío del bosque en un concierto de luz cálidamente fría. Cada escena es frágil y fugaz; basta un leve cambio de viento para que todo se disuelva.

La seguridad del caminante que conoce el terreno permite disfrutar del misterio sin temor. Saber dónde se pisa libera la mirada. Cada recodo se convierte en una sorpresa visual, cada claroscuro en una composición natural casi perfecta. Aquí la niebla no estorba: suma. No oculta, sino que enriquece la experiencia, convirtiendo un paseo cualquiera en una travesía por un mundo alterado.

En la comarca, el invierno se viste con ella con una frecuencia casi ritual. Desde primera hora, valles y llanuras quedan envueltos en un velo blanco que difumina perfiles, acorta distancias y vuelve extraño lo cotidiano. Caminar dentro de esa bruma es aceptar un juego de ilusiones: los caminos parecen avanzar hacia ninguna parte y los sotos, con sus ramas desnudas, adoptan formas espectrales que acompañan al paseante. La literatura ha visto siempre en la niebla un símbolo de tránsito y misterio: Dickens, Unamuno o King...

Sin embargo, la niebla es más íntima que opresiva, casi protectora, como si la tierra se recogiera bajo una manta de vapor a la espera de la claridad, niebla con aroma a frío. Caminar a través de ella es aceptar que el mundo se reduzca a unos pocos metros de horizonte y que la imaginación complete lo que los ojos no alcanzan. Ahí reside su belleza: en lo efímero, en lo sutil, en ese misterio sereno que define al invierno en la comarca berciana.


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