Llegar a Montes de Valdueza, en cualquier época del año, es un salto venial hacia la belleza sin pecado concebida. El TD nos transporta miércoles y sábados por una sola moneda de euro (o quizá nada, que la Junta de Castilla y L. ha dicho que con un respetuoso saludo al conductor bastará en el 2022). Por la calle Tranquera pasa un arco que llevó el agua a los monjes desde la Fuente de los Chanos, adonde llegaremos en pocos cientos de pasos en ascenso. No debemos demorarnos mucho en el estupendo blasón, en la estampa de la iglesia con la efigie de San Pedro, en el minúsculo cementerio (de los más recogidos que yo haya visto) o en la tentación de un refrigerio donde Sara. La Fuente de los Chanos nos provee de fresca agua, que en todo el Canal no hay grifo ni colmado. El pilón es de madera de castaño, algo poco visto, el castaño, siempre el castaño.
En el pdf se advierte en negro con fondo amarillo: “Recomendamos extremar las precauciones al caminar por este canal romano CN-2. No es una ruta más peligrosa que cualquier otra de la guía, pero algún tramo puede estar casi cegado por la vegetación, lo que dificulta el tránsito y ver dónde se pisa. Sin olvidar que se camina sobre piedra (muy resbaladiza con humedad), que se circula cerca de un precipicio, y que algunos tramos exigen tranquilidad y cuidado. En este PDF aparecen señalados algunos de esos tramos con mayor dificultad.” Dicen que el que avisa no espera reproches. La ruta no es sencilla, el tramo del Canal CN-2 es muy irregular, lo que añade más energía que poner, más determinación, pero merece la pena ¡vaya si merece la pena!
Dos láminas de acero corten señalan el Canal. Sería largo enumerar las loas que hacía san Valerio -que anduvo por aquí en el siglo VI- al lugar donde habitó. Nos quedamos con lo de rutilante y esplendoroso, fecundo. El valle de San Ciprián, que baja del Pico Tuerto, es barrera natural con Peñalba de Santiago por el Chano Collado del Carballal. Dicen que hay una piedra labrada en forma de sillón donde san Ciprián solía tomar el sol, cosas de eremitas o cuentos de viejas.
Dos puentes de madera cruzan arroyos que será difícil ver con caudal. El canal más alto sirve como atalaya de la Tebaida Berciana. Casi de un vistazo, las ermitas de San Mateo, San Andrés y Peñalba de Santiago. El Pedroso, donde se refugió Valerio pensando castamente en Egeria, y el distinguible perfil del Pico Picueto. Bajo sus dominios, el pueblo de Compludo, donde todo empezó en el Prao de la Iglesia. Son tantas historias que conocer y saber que será mejor dejar muchas para más tarde y continuar camino.
Si esta ruta ya es interesante de por sí, nos tiene preparados una sorpresa. Girando ciento ochenta grados, dejamos el valle del Oza y nos metemos en el valle que ha formado el arroyo de la Raseda, con el agua de Fuentefría. Es el tramo mejor preservado de los dos canales del Oza. Una mesa de piedra a la derecha del flujo del agua, y a la izquierda una pared rebajada con esmero. Los constructores eran gente tenaz: con rudimentarias herramientas y vinagre domeñaban la piedra. Con cuidado nos podremos subir a la mesa donde el precipicio nos ofrece una muerte segura. Aviso a los que se juegan la existencia por unos cuantos píxeles. El canal continúa al otro lado del valle que forma el arroyo de la Raseda. Habremos de descender con el acompañamiento del agua que se desliza pendiente abajo, invadiendo la senda, ennegreciendo la tierra. Quizá una barrera de helechos nos salga al paso: son plantas amables, de buena educación, que ceden fácilmente al paso del caminante.
Habrá que andar atentos: una delicada señal de madera nos sugiere descender unos pocos metros a la cascada del Panderón. No es la alta cascada del Gualtón, ni la impetuosa de Canteixeira, pero ese recogido salto nos sacará una sonrisa de satisfacción, un aliento fresco y puro.
Ya pisando los dominios de San Clemente, un desvío nos llevaría al Columpio de Valdecarrizo, en una ascenso entre castaños, robles y colmenas, la buena miel berciana, de soles y lunas, la alquimia de las abejas que un día será paladar satisfecho. Habremos de dejar ese paseo para otra vez, es la ruta número 5 de RTDP, no hay que dejarla escapar que el lugar lo merece, que el empeño de Mariví y Goyo es digno de visitar y alabar.
En San Clemente de Valdueza, la iglesia, levantada sobre el Penedo, un peñasco alejado de las avenidas del Oza. La iglesia encierra una turbulenta historia con un sagrario, un pendenciero entallador de Ponferrada y un piadoso mayordomo con trágico desenlace. Por la senda que bordea el río, llegar a Valdefrancos no es tarea difícil. Quizá ahí, bebiendo en la fuente, observando el recio crucero de piedra, nos sentemos a charlar con Olga, o con Josefa, en el banco a la sombra de la iglesia de San Bartolomé. No será delito ni derrota el pensar en llamar a un taxi, sopesando cada pierna. No mucho más de 15 euros para que nos devuelva a la ciudad. Pero si decidimos continuar, San Esteban de Valdueza también ofrece su Nogaledo y su calle Real y un restaurante donde restañar el ánimo. Con un penúltimo esfuerzo llegaremos a San Lorenzo, la línea 5, y si el paso aún está vivo, al Puente Boeza donde tomar el mismo bus urbano pero con más frecuencias. No habrá sido una ruta fácil, nada que pueda ser recordado lo es. Dragó sentencia, con su prodigiosa sabiduría, lo que sintió al visitar la Tebaida Berciana: “Tierra de Dioses, los santos sabían elegir”.
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