La línea 3 del SMT, la que se dirige al norte por la larga avenida de Asturias y que se trasmuta en la CL-631, tiene parada cada dos horas en San Andrés de Montejos. Nuestro destino es el llamado Castro de San Andrés. No es tan visitado ni conocido como el del Pajariel, debido a su emplazamiento, algo alejado del centro y amurallado por la nacional VI y la autovía del Noroeste. O el más nombrado, el Monte Castro, también llamado de Columbrianos. La estampa del Monte Castro descuella apenas nos bajamos del bus azul y blanco, a un lado de la calle de la Iglesia. A su lado, el castro de San Andrés: 4 metros más alto aunque no lo parece, cosas de la perspectiva, engañosa manera de no llamar la atención.
Es San Andrés de Montejos un pueblo que ha perdido buena parte de su esencia milenaria por la cercanía al cogollo de Ponferrada. Las vías de comunicación facilitan la existencia pero tapan lo propio con una mal entendida modernidad. El ladrillo por la piedra, las ventanas de aluminio, la impropia uralita y el plástico. Aún resuenan apellidos como los Arén, los Valcarce o los Buelta, que tuvieron casas de buen porte y que hoy son difíciles de distinguir. En la calle Campo del Pozo queda una casona del XVIII, la de los Arén, con su escudo, su gran portada con cruz potenzada, similar a las de Fuentesnuevas, o Villar de los Barrios. Está habitada, que eso ayuda, y no parece haber sido maltratada por los nuevos materiales y extravagantes ideas.
Salimos de San Andrés subiendo hacia la fuente de la Abranal. Su origen es, a buen seguro, anterior al 1091, la fundación del propio San Andrés de Montejos. En el 2007, en las fiestas del Cristo, se celebró la remodelación de esta antigua canalización que proveía de agua al pueblo. Abranal significa avellano pero yo, por mucho que miro, no veo ninguno. El cementerio, grande y soleado, nos despide, a sabiendas de que tarde o temprano pasarás por uno de los numerosos locales franquiciados que tiene por el mundo la empresa Cementerio SA (a no ser que se decida convertirse en ceniza) y quedarte a vivir.
El entorno de San Andrés y Columbrianos, y los castros que los vigilan, ha estado habitado desde tiempo inmemorial (qué palabra más gastada, tengo que buscarme otra). Tiro casi de memoria del Catálogo y Normativa Arqueológica del ayuntamiento de Ponferrada (una joya para esta guía), que señala todos aquellos escenarios que han tenido vida humana. Matas de Juan Feo, Pinos Bajos, El Carril , Pica el Cuervo, Buen Comienzo, Carcavones...
El Castro de San Andrés de Montejos es un cerro granítico que llega a los 807 metros en su cima, donde se hallaron restos de un castro habitado desde antes de la llegada de los romanos. Era un recinto con forma oval, siendo muy similar al de su casi gemelo Monte Castro. Tenía tres fosos escalonados en su parte sur, que se unen en uno solo al norte. El cuarto foso sería una muralla que rodearía por entero el castro. Se halló un Ara Votiva, de cronología romana del siglo III d.C., realizada sobre granito.
Pasamos, sin saberlo, por un lugar llamado La Granja. Yo estoy esperando a que salga a la luz una domus romana de las buenas. Lanzo el órdago: ¿y si se escondiera bajo las raíces de mencía y godello una joya como la de La Olmeda, con sus mosaicos de teselas, con escenas de caza, y su vajilla fina de mesa de terra sigillata?
Encontrar el desvío de la Senda de los Rayos no es fácil, a no ser que tengamos entre las manos las buenas indicaciones de RCBP y el mapa por satélite. Se mete entre los robles, como si no fuéramos a ningún lado, y descubrimos que la senda es estrecha pero limpia, empinada en algún punto. Sorprenden la cantidad de helechos. Son una de las plantas más antiguas del planeta, unos 400 millones de años. No tienen ni flores ni semillas: se reproducen por esporas. Abundan en los bosques, en zonas húmedas y con poco sol. Esta senda tiene poco sol y el agua suponemos que baja o rezuma en un monte carente de regatos notables.
La Senda de los Rayos zigzaguea por el lomo norte del castro, tan poco conocido del municipio. Como es habitual en este tipo de trazados, no se sabe quién la llevó a cabo. No es raro que, desde la iniciativa privada, se creen rutas para el mejor conocimiento y disfrute del entorno. Presuponemos que la iniciativa ha partido de aficionados al descenso vertiginoso en bicicleta, el llamado Downhill, una competición colina abajo, donde el único objetivo es llegar a la base del cerro o montaña en menos tiempo que sus competidores, y darle trabajo a los traumatólogos. La senda es muy fácil de seguir, sin que haya bifurcaciones que lleven a la equivocación. En Youtube encontramos algún video de ciclistas descendiendo entre los robles de este castro. Así que, si oímos algo raro, apartémonos rápidamente, que son más peligrosos que jabalíes furibundos y osos pardos con sus crías.
Ya cerca de la cumbre encontraremos numerosas acumulaciones de piedras, los restos de la muralla y los 3 fosos que rodeaban este castro. Son distinguibles por su color gris negruzco, muchas recubiertas de musgo. Llamadme loco pero algo especial se nota en este paraje, como en la mayoría de los castros, una sensación de que algo aún vive aquí, una emoción tan sutil que es difícil de explicar, una sugestión de la mente, pero ¿acaso no todo es sugestión, invención de un mecanismo encerrado en una caja de calcio?
Sabemos que hemos llegado a la cima por un remedo de escultura formada por una bicicleta y un cartel oxidado a modo de indicativo: Senda Los Rayos. He visto conjuntos escultóricos indecentemente caros con menos gusto y estilo. Los robles no dejan ver el panorama, un poco de paciencia, que pasado el vértice geodésico el camino se vuelve más ancho y los robles se apartan.
El 7 de mayo de 2023 se instaló un banco, un mirador excepcional al pantano de Bárcena y su entorno. Tocaremos el cielo desde el banco de nuestros sueños. Las vistas desde los 773 m. de altitud son envidiables, y abarcan un amplio arco: central de Compostilla, pantano de Bárcena, el Meno, Congosto… Está previsto colocar unas señales de una Ruta Circular para el acceso a este banco y mirador. Podríamos hablar de la Central de Compostilla pero dentro de poco no será más que un recuerdo. Cuando se tomaron las fotos estaban de pie las torres de refrigeración, las gordas, las que parecen dos toberas de un cohete hincado en la tierra. No he querido actualizar las imágenes: dejaremos todo como un recuerdo de lo que fue, para darles en la cabeza a aquellos que se avergüenzan de donde vinieron y de qué comieron sus padres. Que el desguace se les atragante algún día.
Me repito: este castro de San Andrés es 4 metros más alto que su casi gemelo Monte Castro, aunque por perspectiva y hechuras no lo parezca. Desde el banco, vemos la forma de cono cortado (icónica imagen para los ponferradinos) del castro de Columbrianos. Es sorprendente que dos castros habitados tan grandes estuvieran tan cercanos, 1.283 metros en línea recta, a vuelo rasante de águila. Lo más probable es que no estuvieron habitados a la vez, que la vecindad se lleva mejor en la distancia. 3,10 hectáreas, lo que viene a ser el parque del Plantío (quitando los edificios y la zona deportiva), un tamaño nada desdeñable. O dos veces el área que ocupa el castillo de los Templarios.
Los pinos que nos dan sombra son imponentes, más que los del Pajariel dicho a ojo de buen Cubero (descanse en paz nuestro recordado historiador). La mayor superficie está poblada por masas forestales de Pinus pinaster (pino negral). Algunos tienen un aprovechamiento forestal de producción de madera. Y encontramos también Pinus radiata, usado como protector del terreno en las laderas con mayor pendiente. Hasta el siglo XX, las faldas de ambos castros eran de cultivo de trigo y centeno: había que comer.
En la 6 RCBP Subida al Monte Castro encarábamos la parte final de subida en varios giros. Esta vez un corto aunque exigente cortafuegos nos lleva al culmen. No será difícil, una larga escalera por el lomo este del castro de Columbrianos. Junto con el monte Pajariel, es la elevación más destacada y cercana a Ponferrada. Casi 52 hectáreas y 804 metros de altura, que le permiten ser un excelente mirador de la ciudad y su entorno. Está surcado de imponentes torres eléctricas.
En lo alto de este castro granítico se hallaron restos de un enclave con forma oval, con elementos de defensa y un foso que lo rodeaba, indicando la presencia de una muralla. Están datados desde la edad del Hierro I, a partir del año 1000 A.C., cifra que no viene a decir mucho, con igual acierto a la de un arquero tuerto. De hecho, si nos fijamos bien, vemos en la cara este y más en la cara oeste, restos de esa muralla, piedras parecidas a las vistas un rato antes en el castro de San Andrés. Hacia poniente la panorámica es espectacular, con otra perspectiva del Pajariel y todo aquello que el Sil ha formado en su discurrir: sin él ni casas, ni huertas, ni vida.
En el descenso no podremos quitar la vista de los Aquilianos. Descollan las afiladas torres eléctricas que canalizaban la energía que generaba Compostilla II, el dragón abatido de los sueños de vapor. Hay torres eléctricas que doblan cuellos, que no salen casi en las fotos, menos fotogénicas que esa torre Eiffel a las que intentan parecerse sin conseguirlo. Pero forman parte del paisaje berciano hasta que un día sean chatarra y se transmuten en una cuchara de un catálogo de una empresa sueca comprada por un magnate indio.
Nos metemos por la Senda de los Romeros, que usaban los habitantes de Bárcena para labrar las laderas y vía para llegar a Ponferrada, de ese Bárcena que todavía permanece bajo las aguas del pantano. Nos permite admirar el viaducto de la Autovía, el embalse y presa de la Fuente del Azufre, la Fraga del Sil y el batolito de Montearenas, una descomunal masa de granito que conecta con el cañón del Boeza. Todavía resta alguna sorpresa más, como el Museo de la Energía, la primera central de carbón de la comarca, ahora un magnífico recinto para que nadie olvide de dónde venimos aunque una niebla espesa no nos deje saber el rumbo a tomar. O la primera Compostilla, un edificio que un día tuvo chimeneas de humo negro, y que es hoy un compendio de cultura. Y es precisamente frente al Museo de la Energía donde tenemos la parada de la línea 4 y la 7 del SMT. O la Circular, 500 metros más adelante por la avenida de la Libertad. Volvemos con la sensación de haber transitado por tres mil años de historia, desde los castros inexpugnables, las aras votivas, las murallas que vieron los romanos, hasta la mágica electricidad que cambió la comarca en el siglo XX y a un país entero.
¡Sube al bus y camina!
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