#91 EL HOMBRE VERDE
- Luis García Prieto
- hace 1 día
- 5 Min. de lectura
Villar de los Barrios no tiene castillo. Ni falta que le hace. Cuando un descendiente del señor de Valdemagaz —un tal Ares de La Carrera— llegó a mediados del siglo XVII desde La Cepeda, la fortaleza de Ponferrada aún recordaba las profundas heridas infligidas por el paso de los Irmandiños, aquellos insolentes adelantados a la Revolución Francesa.
España —la Castilla forjada por los Reyes Católicos— vivía entonces una época de expansión, sacudiéndose los corsés de piedra de unos muros por los que ya se asomaba la hiedra, bajo almenas que empezaban a perder su función.
No tiene castillo esta hermosa villa, aunque la casa de los Carrera en Villar de Los Barrios se alce como una alcazaba. Domina al sur la plaza del Herrador, y mira hacia el caserío que se precipita hacia el norte, observando de soslayo a la amable esquina de los Carujo, y a la casa de los Capelo, que luce con chulería su escudo —perro ladrador…—. Y los Ponce de León, que los vigilaban desde lo que hoy es la calle Burgo Nuevo. Pero volvamos a lo que nos ocupa. La fachada es un relato de obstinación y viejas disputas, con una notable balconada corrida en granito. Un alero recorre el balcón, coronado por un escudo central, lejos de miradas indiscretas, empequeñecido a pesar de sus generosas dimensiones: metro y medio de alto por casi uno de ancho. En esta plaza del Herrador se celebraban antaño fiestas de toros, juegos de cañas y torneos, tan populares en la España de los siglos XVI y XVII. Que nadie se imagine un torero con traje de luces: era toreo a caballo, hasta que Felipe V lo prohibió. Los Carrera, queriendo adelantar su fachada —lo que habría bloqueado la vista de los festejos a los Ponce de León— , terminaron enfrascados en pleitos. Finalmente, tuvieron que ceder, siendo compensados con una calle.
Sendos pináculos en la fachada coronan la casa, apuntando al cielo como pararrayos de piedra. Los Aquilianos están a tiro de arcabuz, y bien se sabe la predilección de la Guiana por las tormentas. Bajo ellos, dos figuras pétreas vigilan desde hace siglos, nombradas como gárgolas. Fue don Roque de la Carrera Valcarce quien, hacia 1705, decidió colocar estos curiosos vigilantes antropomorfos, uno mirando al este, otro al oeste. ¿Gárgolas? No vierten agua, ni se conectan con el tejado. Pero si los historiadores las llaman gárgolas, así quedarán.
Hasta que en el verano de 2024 pasó por el pueblo el antropólogo Rafael Quintía Pereira. Al observarlas, le dijo a su actual propietario, Nicolás de la Carrera, que aquellas figuras no eran gárgolas, sino representaciones del Hombre Verde.
Sin más contexto, uno podría imaginarse un ambientador o un superhéroe marginal de Marvel. Pero Quintía se refería al Green Man, figura mitológica asociada a la fertilidad, la naturaleza y el renacimiento. El Hombre Verde, tradicionalmente, aparece como un rostro cubierto de hojas, presente en muchas iglesias medievales europeas. Simboliza el ciclo eterno de la vida y la muerte, y la profunda conexión entre el ser humano y la naturaleza.
¿Fue Roque de la Carrera conocedor de este saber ancestral? ¿Negoció con el cantero hasta sacar del granito esa imagen que hoy nos observa desde las alturas, tres siglos después?
Tras una atenta observación, no parecen estas figuras responder al arquetipo del Hombre Verde: no parecen brotar hojas de su boca ni de su frente, como suele verse. Se asemejan más a angelotes de cabello ondulado, con los ojos cerrados, en una expresión serena o introspectiva. Las manos, aunque desgastadas, parecen estar juntas a la altura del pecho. ¿Oración? ¿Meditación? ¿O tal vez sosteniendo un objeto, como un instrumento? Aventuro la hipótesis de que podrían estar sujetando un aulós, instrumento de viento de la antigua Grecia, compuesto por dos tubos que se tocaban a la vez. Su sonido era penetrante y melancólico, usado en rituales, banquetes y representaciones teatrales. Desde una sana duda, y no por enmendarle la plana a la ligera a Quintía, barrunté que estas figuras parecen no ajustarse del todo al “manual de estilo” del Hombre Verde.
El propio antropólogo Quintía Pereira aporta más documentación que asienta su primer argumento. Facilita un interesante estudio de Alfredo Erias Martínez, director del Anuario Brigantino, donde explora la figura del Hombre Verde o green man en el arte medieval gallego, particularmente en esculturas y representaciones iconográficas encontradas en iglesias y catedrales como la de Santiago, la iglesia del Hospital de Quiroga, y la iglesia de San Francisco de Betanzos, además del sepulcro de un cura en Ventosa. El autor postula una conexión entre esta figura, a menudo representada como una cara que vomita ramas y hojas, y el antiguo dios celta Cernunnos, así como las representaciones cristianas de los resucitados en el Paraíso. Se sugiere que el Hombre Verde, un símbolo de la regeneración y la vida, fue asimilado por el cristianismo, a veces como metáfora de Cristo dando vida a través de la Palabra, y en otros casos, adoptando una dualidad donde puede representar la vida o la muerte según el contexto, e incluso asimilado a figuras mitológicas grecolatinas como Silvano o Dioniso. Su investigación se basa en el análisis detallado de diversas imágenes y su contexto cultural, sugiriendo una fascinante fusión de tradiciones paganas y cristianas que perduraron en Galicia hasta bien entrada la Edad Media y el Renacimiento.
Las íntimas relaciones entre el Bierzo y Galicia no hay que repetirlas en estas líneas. En cuanto a ejemplos específicos en la arquitectura civil, el estudio de Erias Martínez no proporciona descripciones detalladas de figuras del hombre verde talladas en edificios civiles como lo hace con las iglesias o sepulcros. De ahí lo extraordinario del edificio de Villar de los Barrios. En cuanto al aspecto, el Hombre Verde de la casona de Los Carrera guarda similitudes con dos hombres (uno sin barba y otro con ella) que vomitan una rama con tres hojas, en la Iglesia de San Francisco de Betanzos. Donde se puede creer ver un aulós, o unas manos en oración, es la forma de una hoja que sale del hombre, y que tomaba volumen, antes de que la erosión hiciera su trabajo.
Quintía Pereira aporta un clavo más a favor de su teoría. Afirma que las figuras de green man no solo existen en iglesias sino también en muchas casas nobles y pazos de estilo barroco construidos en el siglo XVII, fecha en la que los reconocibles edificios barrocos de Los Barrios florecieron. Con lo que las cronologías parecen coincidir. La Casa da Parra es una famosa casona barroca del siglo XVII, sita en la plaza de la Quintana, en Santiago de Compostela. Su fachada está adornada con varias figuras de green man, con sus hojas alrededor.
Lo más fascinante es que un edificio de más de cuatro siglos aún conserve secretos por descubrir. Sea como fuere, la presencia de estos dos Hombres Verdes (indiscutible a estas alturas del relato) no parecen un mero capricho de Roque de la Carrera Valcarce. Los Barrios son y han sido notables por la naturaleza, la fértil vegetación reflejada en las huertas y el vino, la industria que los sostuvo, los aupó y que, gracias al desastre de la filoxera, congeló sus edificios en el tiempo, en un giro taoísta del destino. O el soto de castaños, ese árbol mítico que tanto ha hecho por la vida de sus habitantes. Los cercanos montes con sus mitos tan reconocibles, de los que muchos se han perdido laminados por la modernidad.
Una excusa perfecta para volver a callejear por Villar de los Barrios, alzar la vista y pensar en qué sueñan esos Hombres Verdes.

Commentaires