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Foto del escritorLuis García Prieto

#35. Los Barrios de Salas

No está tan mal comunicado Lombillo como otras poblaciones del municipio adonde no llega ni el bus urbano. El TD sale los martes y miércoles; y los sábados laborables tenemos el bus de Pelines, y hasta el transporte escolar, que os recuerdo que se puede usar también, a no ser que la autoridad competente diga lo contrario. Y el taxi: desde 10 euros nos deja donde debe dejarnos, en Lombillo de los Barrios. Si me oye mi amigo Nico pondría cara de póker, y con razón, pero hemos de ver el vaso medio lleno; y dudo que el pequeño bus urbano, el singular Isuzu (singular, ahí lo dejo por no entrar en más adjetivos), tan ruidoso como una camioneta de reparto, pudiera ascender las rampas de la carretera que sube a Lombillo, a la vera de la reguera de Valdemuro.

El vehículo del TD nos deja en mitad de Lombillo, en una pequeña plaza, entre la casona de los Carbajo y la casona de los Vázquez, con su blasón en buen estado, quizá del siglo XVII. Es el primero pero no será, ni mucho menos, el único que veremos. A ojo de buen cubero, una decena de escudos nos saldrán al paso, obligándonos a alzar la vista y aguzar la vista. Si nos fijamos bien, el yelmo de hidalgo muestra aún una policromía de gules (rojo en heráldica), algo ya raro de ver. Por la estrecha calle Bodegas salimos a la joya de Lombillo: su mirador. El mismo que el personaje más afamado del pueblo, Valentín García Yebra recorrió de niño, cuando todas las noches observaba Ponferrada desde su querido pueblo, impresionado por las cien bombillas de su alumbrado. Bien lo sabía porque las había contado, dominaba las letras pero la matemática no le era ajena, a él, que llegó a ser Académico de la Lengua Española, ocupando el sillón de la letra n. Por suerte, llegó a ser reconocido en vida por el ayuntamiento de Ponferrada, que colocó su nombre a una calle, a un colegio público y a la Casa del Pueblo de Lombillo, donde estaban las antiguas escuelas, lugar donde el joven Valentín aprendería las primeras letras. Es un fastidio comenzar una ruta y verse sentado observando (embobado) el panorama, sabiendo que hay que seguir camino. Pediríamos un refresco, o un vino en el mesón, echando las horas, quizá con unas pipas de girasol. Es un poco como lo que decía Cecil B. De Mille que una gran película debe empezar con un terremoto y a partir de ahí, debe seguir subiendo de intensidad hasta el final. El mirador de Las Majuelas puede ser, sin temor a equivocarnos, el mejor lugar para admirar el impactante perfil de los Aquilianos. Ayuda que Lombillo esté a más de 200 metros por encima de Ponferrada, y su orientación. Es una delicia el pasar alguna tarde, viendo cómo se escapa el sol hacia Galicia, creando sombras y luces en las paredes rocosas del Pico Tuerto, los Doce Apóstoles o la Guiana. Y si es con nieve, el espectáculo es incomparable. Comenzar en Lombillo tiene la ventaja de que para bajar todos los santos ayudan.

Alejada del ruido de los parroquianos, la iglesia de San Martín, notable por sí misma y por su bello emplazamiento, en la ladera oeste del Cerro de María González. Conserva restos románicos del XIII, aunque fue reedificada en 1548. Rodeada por olivos, como manda la tradición, y encinas de buen porte, de las que ya se ven pocas por la comarca. Allí pudo haber un templo romano dedicado al dios Mercurio. Una inscripción hecha en piedra encontrada en la zona así lo sugiere. Pero eso no fue impedimento para el expolio que sufrió en 2007. Los ladrones se agenciaron de pinturas góticas sobre tabla, 4 pinturas renacentistas, dos imágenes de pequeño tamaño y varios objetos litúrgicos de gran valor. Igual que la filoxera arrasó con el viñedo circundante en el siglo XIX, el continuado expolio ha sido el mal de los monumentos bercianos en el siglo XX y XXI. Tal vez los que ahora los disfrutan en sus casas se tengan por buenos cristianos y temerosos del altísimo. El cementerio está bien oreado, con vistas al sur. Allí descansa Alida G. Arias, la Penca, una guerrillera berciana con una vida apasionante y trágica, de esas que dan muy bien en el cine como el de De Mille, pero que nadie se pediría en una reencarnación. Alida, conocida como La Penca, nació en Salas de los Barrios en 1915. Su marido, miembro de la UGT, huye al monte tras el Golpe de Estado de 1936, temiendo ser paseado en el Montearenas. Ahí comienza su amargo periplo. La encierran en San Marcos, en León. Luego, desterrada al pueblo salmantino de Cantalapiedra. Tras el asesinato de su marido, se une a la guerrilla, actuando de enlace, y entablando una relación sentimental con el conocido maqui Manuel Girón, nacido en 1910 en Salas de los Barrios. En 1951, en Las Puentes de Malpaso, Girón fue abatido por la Guardia Civil, dicen que por una traición de Alida. La mayoría de historiadores niegan esta versión, atribuyendo todo el mérito al tiro certero de José Cañueto. Aunque logró sobrevivir a esta tragedia, fue marcada de por vida por esa leyenda de traidora y su pasado de guerrillera, el destino del bando perdedor. Falleció en 2006, con 91 años.

Si no estamos atentos, no nos daremos cuenta de que estamos sobre el puente de San Martín, que salva el angosto tajo formado por el arroyo de Salas de los Barrios, que nace en El Encinar. Por él transcurre el llamado Camino de San Esteban que venía de Riego de Ambrós, atravesaba el arroyo de las Presas y el río Meruelo por Las Puentes de Malpaso, ascendiendo hasta Lombillo, cruzando Los Barrios entre viñas y huertas. Es parte de un ramal, ya casi olvidado, del Camino de Santiago, que alguien que no puedo nombrar intenta recuperar, chitón...

Salas de los Barrios fue la cabeza del ayuntamiento que agrupaba también a Compludo, San Cristóbal, Espinoso de Compludo y Bouzas. El paulatino despoblamiento lo fue relegando hasta que, en 1980, se fundió con el ayuntamiento de Ponferrada. Los orígenes de Salas lo encontramos en el castro la Corona Murcia. Hay carteles que lo señalan pero doy fe de que, sin buenas indicaciones, llegar hasta allí no es fácil y mucho menos sin un todoterreno. La importancia del vino y la agricultura supuso la fortuna de familias, mostrada en la grandeza de sus casonas. Aún resuenan los apellidos Rochas, Salazares, Valcarce y San Juan.

La calle Nuestra Señora, una ancha senda con cubierta vegetal, desemboca en la Bodega del Cabildo. Se construyó en 1819 para recoger los diezmos en vino o en cereal para la Diócesis de Astorga. Hoy forma parte de los múltiples proyectos del enólogo con mayor proyección de El Bierzo: Raúl Pérez, nombrado Mejor Enólogo del Mundo del 2016. Esta bodega antigua esconde un notable patrimonio a nivel microbiológico: familias de levaduras que se han ido aclimatando a lo largo de decenios sin morir. Esto hace que doten a los vinos de unas características muy estimables. Como todo edificio con historia, encierra una trágica muerte que nunca debió producirse: el destino es cruel, sobre todo cuando arrebata la juventud.

Si bien la iglesia de San Martín es la principal del pueblo, en Salas está la capilla de la Visitación. Aquí reposan los restos de Francisco del Rincón. Natural de Arévalo (Ávila) fue en El Bierzo en donde hizo carrera, llegando a ser abad de Compludo en el siglo XVI. Salas acogió bien a este adinerado servidor de Dios. Como premio al pueblo que lo acogió, y a sí mismo (todo hay que decirlo), pagó de su bolsillo una casa para el cura y una capilla en donde el abad yacería por toda la eternidad. El artesonado es digno de elogio. El afamado maestro belga, Nicolás de Brujas (sí, un belga en El Bierzo, mucho antes que el ingeniero Jorissen, El Belga, el histórico director de la MSP), se encargó de realizar el retablo, aprovechando que vivía en Salas con su familia. Cuenta con unas espléndidas tablas pintadas por otro artista berciano. En una, representó la escena de la Visitación, con Santa Isabel recibiendo a la Virgen, su prima. En otra, se ve a Jesús ante Pilatos y, en un rincón, a un sorprendente mono, testigo mudo de la escena. Por desgracia, es difícil visitar este templo, como casi todos los que aparecen en esta guía. Así que si pasas y lo ves abierto ¡para dentro!

Lo que siempre me ha gustado es pararme frente a unas curiosas esculturas de madera que parecen pasar la tarde frente al templo. Su autor, Esteban Girón Fernández, natural de Salas de los Barrios, falleció en 2019, a los 92 años. Desconozco las razones, los motivos, el significado. Quizá ninguno, el propio placer de hacerlo.

Continuamos, en agradable descenso, por la calle Nuestra Señora, donde se levanta la espléndida Casona de los San Juan, reconocida familia de Los Barrios. Gracias a su peculiar cerramiento aún es posible ver el interior de una típica casona berciana, con su patio empedrado, sus arcos y su galería en madera. Recuerdo haber tomado algo entre sus muros, cuando fue la Hacienda del Val, un restaurante y hotel. Suponía una oportunidad de poder ver una construcción tan característica de la zona, sobre todo la imponente bodega donde guardaban el vino, pero en 2016 la puerta se cerró hasta el día de hoy. Años antes, en 2004, los ladrones se llevaron muebles y otros objetos de gran valor, datados muchos en el siglo XVIII, excepto la lámpara del techo debido a su enorme peso. Su propietario, el abogado San Juan Olarte, recompensaría con 6000 euros a todo aquel que pudiera darle pistas para recuperar lo robado pero nada se sabe de aquello. Este abogado berciano, fallecido en 2009, estuvo muy vinculado al mundo del toro como empresario y apoderado. Donó una buena cantidad de dinero para la construcción de la catedral de la Almudena de Madrid, donde reposan sus restos en una cripta de este templo. Se cuenta que se han llegado a pagar cerca de 200 mil euros por un sarcófago. Calderilla para Francisco del Rincón, que no tiene que compartir con nadie el descanso eterno, que la convivencia ya sabemos que trae conflictos.

En la Plaza de Salas, las casona de los Valcarce y la casona de los Yebra. No me extenderé demasiado, que el tiempo se nos echa encima. Su estilo es muy similar a otros edificios de Los Barrios, como se aprecia en su portada, con arco de medio punto y unas marcadas impostas. El elemento más destacado es su ajimez: una ventana con dos aberturas separada con su parteluz o mainel, un estilo presente en Extremadura y que alguien importó.

En un plis plas, por un camino de tierra a la que le gustaría ser calle, llegamos a una atalaya, otro mirador. Es aquí donde el pueblo de Villar de los Barrios aparece entre viñedos y castaños, con su iglesia de santa Colomba descollando en un aparte del trazado. Unas casas con tejado de pizarra, entre el castro La Corona (donde todo debió de empezar) y el soto de San Félix. A vista de pájaro se intuyen esas calles con casonas y blasones que deslumbran por su belleza y armonía. Una de las causas del lento desmoronamiento de Los Barrios pudo ser la falta de agua, con los hoy agostados arroyos de Valdemunille, Valdelapuente o Barrabás (como el famoso preso del que hablan los cuatro evangelistas, famoso por sus tratos con Poncio Pilatos y el proceso que acabó con la crucifixión de Jesús). Pero antes les dio tiempo a levantar la iglesia de santa Colomba. Pocas iglesias tan grandes en el municipio. Casi cinco metros de longitud le saca a la basílica de la Encina de Ponferrada. Toda una declaración de intenciones de un próspero pueblo que, en 1723, puso la primera piedra, al que se sucedieron 36 largos años para ser inaugurada. No sé qué le parecería al Antolín de Cela de entonces, o al obispo de Astorga en aquel tiempo, José Patricio Navarro, que una iglesia superara a una basílica.

Sería largo, y hasta tedioso, hacer ahora una lista de todas las casonas de Villar. 14 recuerdo ahora a vuela pluma, casi todas con su blasón, sus impostas y su decadencia las que más. Yo tengo mis preferidas, como todo en la vida. Me encanta la de los Ramos y Carujo, esa esquina con su balcón con repisa y gola, que cuando tiene flores es la más bonita del mundo. Y los aprendices de gárgola de su vecina, la de los Carrera, que llegaron del valle de Magaz hace unos siglos y ya no regresaron a las frías tierras de la Cepeda. Y la de los Capelo, con su espléndido escudo y su: YO SOI CAPELO, QVE A 3 ACOMETO, A 4 NO HVIO I A 5 NO E MIEDO. No traduzco, que bien se entiende la advertencia del Juan Sin Miedo de Villar. El enfoscado amarillo y marrón de la casona de los Valcarce, con esa ventana saetera y esa facha a torre medieval aunque es un edificio de factura barroca. ¿Se llegaría a disparar alguna flecha o bala desde ella? El escudo merece un rato de contemplación, con las 5 Estacas de los Valcarce, recuerdo de una historia entre lo real y lo ficticio que encumbró a esta familia en el año 715.

Si metemos la nariz en los huecos enrejados de algunas casonas todavía podremos oler al vino que permaneció en las cubas. Pero un aciago día, sobre 1870, la filoxera -un insecto llegado de Estados Unidos- transformó el sueño en pesadilla, extendiendo su voracidad en hojas y raíces en vides de toda España. Quizá por eso todo quedó suspendido en el tiempo, abandonado en un inmenso baúl que lo ha protegido.

La lista de casonas y lugares harían este relato un poco largo. Mi amigo Pablo, que me lee, lo agradecerá, que las mudanzas son tediosas y el tiempo escaso. Un repecho y comienza el tramo final donde nos espera San Lorenzo y la parada del SMT, inmejorable final para este periplo.

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