El Transporte a la Demanda (TD) se acerca a San Cristóbal de Valdueza los martes y miércoles laborables. Sale de Ponferrada sobre las 11 horas, tiempo suficiente para poder hacer esta ruta, la número 11 RTDP San Cristóbal Villar. En cuanto abandonamos Los Barrios de Salas, las rampas de la parcheada carretera LE/CV-192/21 se vuelven indómitas.
El vehículo del TD nos deja al comienzo de San Cristóbal de Valdueza, junto al Hotel Morredero, un edificio con una pinta estupenda que todavía luce los rótulos de lo que debió ser: un punto de descanso para toda la Tebaida y los Aquilianos. A 1.120 metros de altitud, es el pueblo más alto del municipio de Ponferrada. Le siguen muy de cerca Espinoso de Compludo, Peñalba y Montes de Valdueza. Y se nota por la arquitectura, lo pegadas que están las casas, los corredores que buscan los rayos del sol para los fríos inviernos. Merece la pena dar una vuelta por el pueblo, por lo menos hasta el lavadero. Antes, la iglesia. Los que saben de esto nos dirían que es un templo de una sola nave cubierta por bóveda de cañón. La torre de espadaña soporta dos campanas. No tiene retablo y atesora una modesta imagen de San Cristóbal con el Niño, portando un rudo bordón. ¿Qué es un bordón? Pues un bastón como el que el santo siempre sale retratado.
En mitad del pueblo, una fuente con lavadero restaurado. Con una placa (de 1965 y casi ilegible) dedicada a sus cuatro bienhechores. Curiosamente no aparece ninguna mujer, cuando los lavaderos han sido territorio femenino. Si siguiéramos camino arriba llegaríamos al Morredero, de morrer, de morir, un lugar algo inhóspito, así que daremos la vuelta.
Pueblo de piedra y pizarra, de alargada calle Real, San Cristóbal guarda un tesoro: su milenario tejo, el único testigo vivo de la historia de la Tebaida Berciana. Tejo o teixo. Comenzó a crecer en el siglo VIII. Pocas décadas antes, el monasterio de San Pedro de Montes había sido destruido por los musulmanes. 1.260 años de vida, decenio arriba o abajo. No es el tejo un buen lugar para dormir la siesta bajo su copa. Salvo una parte de su fruto, todo en el tejo es venenoso. En palabras de Paracelso: Todo es veneno y nada es veneno, sólo la dosis hace el veneno, así que el tejo, para desquitarse, nos regala el taxol, un potente anticancerígeno. Poco se sabe de la ermita que hoy sirve de cementerio de San Cristóbal, escudera fiel del árbol sagrado de los celtas. Hubo otra ermita, la de la Cruz, aunque se desconoce su emplazamiento.
Tras un buen trecho por la solitaria carretera, a la derecha, tras los árboles, hay una granja con ovejas. El único reducto (junto a otra pequeña explotación cerca de las Eras de Praoderas, o Praudelas) y recordatorio de la gran tradición ganadera desde tiempo sin memoria. La gran cantidad de cabañas a lo largo del camino hablan de la riqueza de la lana, que se mantuvo durante siglos en estos parajes hoy desolados.
El Camino de los Maragatos conduce al vergel berciano entre frías tierras de antiguos pastos y cabañas en equilibrio. Astures, romanos, visigodos y quién sabe qué otros pueblos lo usaron. Maragatos, el mítico pueblo de los arrieros, famoso por transportar pescado y hasta dinero. El camino entraba en El Bierzo por Bouzas, ascendía a San Cristóbal de Valdueza, saludando al longevo tejo, iniciando el descenso por este páramo menos ralo cada vez, pues no hay tanta oveja para tamaño lugar. Hoy este camino es un excelente mirador del perfil de los Aquilianos, con el Pico de Águilas precipitándose hacia el Oza. Y de los dos canales romanos, el CN-1 y el CN-2, el bajo y el alto para entendernos. Es sabido que piden para los canales romanos de Las Médulas la catalogación de Patrimonio de la Humanidad. Si así fuera, los canales del Oza serían catalogados como tales, pasando Ponferrada a tener su propio Patrimonio de la Humanidad, su trocito de gloria tan perseguido por algunos, algo nada desdeñable. Un anticipo a la declaración de la Tebaida Berciana. ¡Ahh, si estuviera en Cataluña o en el País Vasco, otro gallo ya cantaría La Traviata!
«Junto a Montes nos enseñaron una roca adonde un águila arrebató un niño a su madre y lo devoró. La peña se llama desde entonces la Peña del Águila.» Eso escribe Gil y Carrasco en su obra Bosquejo de un viaje a una provincia del interior. Pienso en que, o bien un joven Enrique fue engañado por los aldeanos de Montes con un cuento mil veces contado y con dudosa verdad, riéndose de un niño bien de la época que habría aparecido por Montes de Valdueza preguntándolo todo; o que Gil tomó una historia universal como la de Ganímedes, raptado por un águila para servir a Zeus en su lascivia, aunque eso es otra historia.
En la bifurcación que nos obliga a abandonar el Camino de los Maragatos se asientan dos cabañas. En una todavía hay techo de pizarra, y la otro ofrece un buen aspecto de muros. Serían un lugar estupendo para resguardarse, como lugar de observación de estrellas, un sitio de parada austero, como buscarían aquellos arrieros igualmente austeros y reservados.
El descenso es continuo, no exigente, aunque el desnivel exige atención. Volvemos a ver la carretera por la que nos subieron, y el profundo tajo que ha labrado el arroyo de Valdemunillo. Al fondo, atendiendo al pdf de la ruta, lo que queda de la explotación “Virgen de La Encina”, que funcionó entre 1943 y 1953. El wolframio fue uno de los minerales que más se buscaron en la primera mitad del siglo XX, muy apreciado para fabricar lámparas, resistencias y por su uso militar. El wolframio ha estado muy ligado a El Bierzo, y en esta web se pasa por varias. Raúl Guerra Garrido tiene una excelente obra El año del wólfram, que todo buen berciano debe leer. Aún no han hecho la película, pero no desesperéis.
Venimos de un páramo frío, desolado, abierto a los vientos heladores, y en el descenso nos van apareciendo los árboles, las huertas, algún castaño, el soto de San Félix y las viñas cada vez más cercanas. Se cree que en el soto de San Félix hubo un templo dedicado a Mercurio, dios de los viajeros y del comercio (y de la elocuencia, la suerte, artimañas y de los ladrones, todo hay que decirlo) y que san Valerio cristianizó elevando una basílica en honor a San Félix en el siglo VII. Piedras amontonadas quedan de lo que pudo haber sido. Y aparece Villar, con sus casonas y blasones de lemas concisos, rotundos. No nos demoraremos mucho en sus encantos, ya listados en este blog.
Y en un suspiro, Salas de Los Barrios, la patria de Girón (su humilde casa aún se puede ver en la calle Torrenteiro, muy cerca de la Bodega del Cabildo). Pueblo elegante donde se asentó el maestro belga Nicolás de Brujas, a sueldo de Francisco del Rincón, un abulense que hizo carrera en El Bierzo, llegando a ser abad de Compludo en el siglo XVI. Como premio al pueblo que lo acogió, y a sí mismo, pagó de su bolsillo una casa para el cura y una capilla en donde el abad yacería por toda la eternidad. ¿De dónde sacó tanto dinero el señor Rincón para semejante mausoleo?
El final de este periplo no es menos interesante que el del comienzo. El llamado Camino de los Barrios de Salas discurre entre tierras de labor. Y claro queda, viñas de mencía. Entre el reguero de Las Junqueras y el arroyo de Valdegarcía se alzan unas suaves lomas donde ahora crece el viñedo de uva godello, una de las mejores variedades de vinos blancos del mundo. No lo digo yo (mejor degustador que sesudo experto catador), lo dicen los entendidos. Buena parte de esas hectáreas bien soleadas son propiedad de una prestigiosa bodega de la Ribera del Duero, interesados por abrirse hacia el oeste. Y dicen que vienen más, atraídos por los vinos blancos. Ahora que lo pienso, deberían llamarse vinos claros más que blancos ¿acaso alguien que ahora lee esta reflexión ha visto un vino del tono de la leche?
Campo nos sale al paso, con una magnífica iglesia y una encina ilustre. La magnífica iglesia atesora una imagen de la Encina. En la basílica ponferradina, la que se considera la primera. Y en la iglesia parroquial de Ozuela se guarda la tercera imagen, traída de una ermita hoy desaparecida. Y la encina, portentoso ejemplar de los que ya no se ven por los montes bercianos, una vecina ilustre por centenaria y magnífica, tan fotogénica en un entorno tan dado a la fotografía. Ella ha visto pasar a innumerables padres portando al niño recién nacido, temerosos de que la muerte se lo llevara antes del obligado bautizo. A las misas dominicales. A las comuniones. A las alegres bodas y su repique de campanas. O viendo el último adiós antes de la sepultura en un cementerio con vistas a los Aquilianos. Ahora caigo en que esta ruta comienza con un árbol mítico y acaba con otro de fuerte carga sentimental. Se podría titular Del tejo a la encina.
Igual ya he dicho que Campo no desmerece de sus vecinas de Los Barrios. Y bien podría entrar en esa tríada que mutaría en cuarteto. Pero Campo tiene su propia personalidad, a tiro de piedra del río Boeza, con su camino a Santiago y una fuente romana. Callejeando, desembocamos en la Plaza Mayor, que este pueblo también la tiene. Deberíamos bajar por ella para ver el conjunto que se nos ofrece desde su zona más baja, desde su lado oeste. La ermita del Santo Cristo es una delicada construcción, levantada en el último tercio del siglo XVIII, pertenecía a la antigua fundación creada por Manuel Yebra Pimentel, nacido en Campo. Llegó a deán de la catedral de Málaga, un cargo inferior en jerarquía al de obispo. Ahí es nada. A su lado mandó construir esta Escuela-Ropero para niños pobres en 1776. Casona de dos pisos, con sillares de piedra en los laterales. En el piso superior destaca la hornacina central con la virgen de la Inmaculada, nombre con el que también se conoce al edificio. Hoy aloja al Centro Cívico del pueblo. Pese a estar en la otra punta de España, no se olvidó Manuel de su pueblo y de las muchas penurias y desigualdades del siglo XVIII. Al frente, la Casa del Cura donde ahora está el Mesón San Isidro donde quizá te hayas comido alguna vez sus patatas bravas tan singulares, o sus carnes o embutidos. Esta antigua bodega lleva más de 30 años dando de comer, un lugar donde podrías encontrarte al deán Pimentel comiéndose un chuletón en viernes de vigilia.
Ya estamos llegando al final, a poco más de cinco minutos de llegar a la parada del SMT. Antes, la casona de los Villaboa, que perteneció a Dª María Victoria Villaboa-Caballero, descendiente de los Marqueses de Campoalegre. Hay que fijarse mucho ya que el tiempo no ha sido benevolente con ella. Tiene un desafortunado corredor acristalado hacia la Plaza Mayor. El escudo está en muy mal estado, y apenas se aprecian los cuarteles, ni figuras (destacan las 5 estacas de los Valcarce) y un yelmo que casi ha desaparecido. Por la calle de El Baile, estrecha y festiva, desembocamos en la calle Real. Aquí sí, aquí hay algún ejemplo de casona barroca donde destaca la de los Luna, un notable edificio del XVII, con su portada de arco de medio punto con grandes dovelas, sin impostas, en la actualidad tapiada. Dos balcones con repisas de gran volumen molduradas, con balaustrada de hierro forjado. El escudo se halla en buen estado de conservación, de los mejores del municipio y más allá, con las 5 estacas verticales de los Valcarce, 5 corazones atravesados por sendas flechas, y un yelmo con las once plumas casi intactas, y es que las plumas de los yelmos aguantan mal el paso de los siglos.
En el Camino de los Mesones la parada del SMT, junto a la escuela de Campo, donde sigue habiendo niños y juegos y una fuente para beber.
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