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#84 AVV: DOS SÁNDWICHES

-¿Quiere?

Respondí que no, levantando mi táper con tapa azul donde llevo pasta, verdura y pollo; algunas veces pollo, verdura y pasta; y las más veces verdura, pasta y pollo. La dieta del caminante. Aquel tipo con vestimenta completa de ciclista me había asustado minutos antes, pues no lo vi venir y frenar junto a mí en el estrecho remanso de Fonte Frida de Pomares.

El Transporte a la Demanda me había acercado a Manzanedo de Valdueza a principios de junio del 2020. Durante el recorrido, el conductor y yo no nos dijimos nada. Tampoco quiero incomodarles mucho ya que me imagino que estarán un poco hartos de charlar sobre cosas intrascendentes. Como muro de sonido, llevaba la radio, la cadena SER, en donde el científico Martín-Loeches estaba hablando de la ansiedad y los ataques de pánico. Yo podría haberle comentado al conductor que compartí micción en un baño público con este insigne señor en un concierto de Pat Metheny. Pero igual me hubiera malinterpretado. 

Quería dar una vuelta por el castro El Pedroso, y ver adónde conducía un camino que se perfilaba en la ladera. El paraje, cerrado por el valle de Castrelo, estaba cortado por un arroyo sin nombre que decidí bautizar como arroyo de San Valerio. Imaginé que, siglos atrás, aquel ermitaño del siglo VI —admirador confeso de Egeria y, según dicen, algo malhumorado— habría bebido de estas aguas y lavado sus vergüenzas en ellas mientras huía del mundanal ruido. Aunque, pensándolo bien, ¿qué ruido mundano podía haber en aquella época?

Decidí comer en Fonte Frida de Pomares, un pequeño rincón de donde brota un agua cristalina, dotado de un banco de madera. En el verano es un sitio ideal, siempre que los mosquitos no se encaprichen de tus ojos; y en invierno, la intensa humedad del Oza no invita a sentarse. Paré y dejé la mochila cuando de repente oí el chirrido de una bicicleta. Era un tipo que había tenido la misma idea que yo y a la misma hora. Son ese tipo de casualidades que suceden, pues habitualmente no suelo encontrar a nadie por estos caminos.

-Toqué el timbre, pero no me vio. Menudo sitio más bueno para comer. Yo es la primera vez que paso por aquí, suelo ir por la carretera cuando tengo más prisa. Me llamo Miguel. ¿Y usted?

Le hice hueco, procurando mantener la distancia en esos tiempos que eran de COVID Fumanchú. Declinó la oferta, y decidió comer de pie, a unos cinco pasos de mí. Entablamos una conversación no forzada pero necesaria, que el silencio puede ser estridente. Miguel demostraba ser un tipo afable que hablaba pausadamente mientras se comía dos buenos sándwiches, un yogur y una pieza de fruta, con parsimonia. De todo me ofreció y mi negativa era firme. Felipe me trataba de usted con un acento que no supe distinguir.

-Sí, yo nací aquí en Ponferrada, pero estuve fuera muchos años y ahora volví. Tengo un negocio relacionado con el Camino de Santiago. Siempre que puedo me cojo la bici y me doy una buena excursión. Es que por aquí se pueden hacer tantas cosas. Mire, ahora cuando me acabe el yogur, me voy hasta Montes. Luego subiré al collado bajo los 12 Apóstoles y si me apetece igual me subo a la Guiana. Qué son ¿1.400 metros?

A pesar de estar visiblemente pasado de peso —un sacrilegio para los ciclistas, cuyo deporte exige piel y huesos—, Miguel parecía disfrutar del reto. Él mismo lo admitió, pellizcándose los costados con una sonrisa. Su edad era un misterio: podría tener 26, 30 o quizá 33 años. La gordura no solo carga la espalda, sino también el calendario.

Miguel hablaba de ir a Montes de Valdueza como quien se levanta del sofá para ir al frigorífico a por una cerveza. Podía imaginarlo, ascendiendo la senda de la Ramosa, con el sándwich volviendo a la boca, y apurando el pedal por el canal bajo, el CN-1. Debía de ser un tipo con bastante fondo físico, que las apariencias engañan, aunque la asignatura de altitudes del Oza la suspendió. Entre el collado de los 12 Apóstoles y la ermita que marca el culmen de la Guiana distan 493 metros de altitud y 5 km de sufrimiento. Una empresa nada sencilla.

-Voy preparado. Llevo una manta térmica, un kit de pinchazos, las luces, agua y comida por si tengo que pasar la noche. No es que esa sea mi intención pero soy precavido. Hace unos días, en la bajada desde Riego de Ambrós hasta Molinaseca por el Camino de Santiago, un enorme castaño se había caído y cortó la senda. Menudo susto si me llega a caer encima.

Eran las 5 menos cuarto de la tarde cuando Miguel se montó en la bici. En junio, los días ya se alargan, y el cielo estaba despejado. Le favorecía que en un buen tramo iba hacia el oeste, hacia la acogedora luz del atardecer.

-Mi idea es llegar a Ferradillo y de ahí para casa.

En el mejor de los casos le quedaban 26 km de duro pedaleo y 6 torres de la Rosaleda y media, un paseo al alcance de cualquiera que se ha zampado dos sándwiches, un yogur y una pieza de fruta.

-Hasta otra señor.

 
 
 

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