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#68. 17 RCBP El camino de Invierno

Foto del escritor: Luis García PrietoLuis García Prieto

Ahora que el invierno se hace el remolón, como queriendo transmutarse en primavera demasiado pronto, qué mejor excusa para recorrer este camino a Santiago haciendo honor al motivo que lo hizo posible: salvar la dura estación que, con el cambio climático, parece que ha perdido fuelle y razón de ser. Sí, el llamado Camino de Invierno, pero al revés, un interesante tramo con poco desnivel para lo que tenemos acostumbrado hacer en RCBP.

La línea 1 del SMT, en su largo tramo final hacia el oeste por la avenida de Portugal, atraviesa un damero irregular de casas, chalés, huertas y chopos que se extienden sus dominios hasta Villadepalos. Tras Dehesas, bajamos en la última parada, en el pueblo de Villaverde de la Abadía, municipio de Carracedelo. La escritora Helena Tur ambienta su novela Malasangre en Villaverde de la Abadía, adonde llega la protagonista para trabajar. Romasanta (el famoso licántropo gallego), cuatro niñas asesinadas, el río Sil y Las Médulas forman parte del apasionante argumento. Casi nada, la inmortalidad en letra de imprenta, un regalo para un pueblo tan modesto que debería ir pensando en nombrarla Hija Predilecta o algo parecido.

A partir de un horno de pan recuperado, el ancho camino atraviesa otros caminos en una llanura aluvial, los dominios del Sil que si no fuera por el pantano volvería a inundarlo cada año. Ahora es fábrica de chopos, infierno de alérgicos y hectáreas de pera conferencia, Marca de Garantía desde 2012. Al pasar tal vez nos atrape el olor a chopo recién cortado, un aroma dulzón y agradable.La primera sorpresa, el puente colgante de Villaverde de la Abadía (hay otros dos más, aguas abajo: en Villadepalos y en Valiña). Es seguro, nada que ver con aquel que, en los años 50 había, el doble de largo. Una terrible riada lo echó abajo, llevándose de paso la vida de varios jóvenes de la cercana San Juan de Paluezas, que murieron ahogados. Antes de la construcción del embalse de Bárcena, el Sil no era el domesticado río que hoy se contempla. Riadas y aguas tumultuosas suponían un continuo reto para conectar ambas orillas. Ventura Álvarez es recordado como uno de los cuatro vecinos que, a pico y pala, lo levantaron en 1976. Usaron la madera de los chopos para las tablas y la grava del río para hacer cemento. Los cables de acero vinieron de una acería de Bilbao. El método de construcción era penoso pero efectivo: pasaban una cuerda de un lado al otro del río y, asidos a ella, cruzaban a nado con los materiales que usaban en la construcción. En más de 45 años sólo han tenido que tensar una vez los cables. Quizá una placa debería recordar a aquellos valerosos hombres que regalaron este paso, donde el río Sil se deja arrullar por este puente escondido en la espesura. Desde la orilla izquierda, su estampa nos demorará: no importa la época del año, siempre sale bonito. Según avanzamos, alejándonos del río, surgen los tajos de tierra roja, una muralla de arcilla. Es fácil pensar en Las Médulas, en las minas, en el esfuerzo de miles de personas a la búsqueda de oro. Pero no, nada tienen que ver las Barrancas con los romanos. Son arcillas de la Edad Terciaria, Facies Santalla la llaman los entendidos. Esta franja se inició hace unos 66 millones de años, cuando el dominio de los dinosaurios comenzaba a diluirse. Aunque llegados aquí, he de rectificar. Sí: los romanos anduvieron por estos montes. En Los Foyos, un cerrado paraje de cárcavas tapizado de robles y encinas, buscaron oro con poca fortuna. No es difícil ver, sobre todo en imágenes de satélite, murias en el entorno, sobre todo hacia el Cerro de la Fraga, amontonamientos de piedras que delatan al minero. El ascenso a Santalla es corto pero exigente. Ya no podremos comernos un arroz, el que hacían en La Estrategia del Caracol, que cerró la puerta el 29 de octubre de 2023. No es buena señal para nadie el que cierre un bar, un mesón, un restaurante en un pueblo de la comarca. Son los tiempos, y hasta Priaranza del Bierzo no encontraremos un lugar donde calmar la sed y el gusanillo, que andar da hambre. Pero merece la pena recorrer Santalla del Bierzo, que a pesar de su decadencia es un museo de arquitectura berciana, con sus corredores de madera, los tejados de pizarra, las vigas de castaño. Pasamos el mirador y rodeamos por un soto de castaños que culminan en Traspeña. En nada nos saluda el templario más famoso de la comarca, más que Guido de Garda. Obra de Rixo, puede ser uno de los lugares más fotografiados de El Bierzo. Adusto, recio en su semblante, el templario en posición de guardia protegiendo a quien peregrina al Santo sepulcro, está tallado con símbolos que hay que descifrar. Sobre la talla, realizada en madera de castaño, hay una Luna decreciente y una estrella de David. El 13 y el 31, capicúa y con gran significado simbólico. Un viernes 13 de 1307, numerosos templarios fueron arrestados, torturados y quemados en la hoguera. Y en 1331 el Papa Juan XXII permite a los antiguos caballeros templarios integrarse en otras órdenes militares. Como las grandes obras, permite varias visiones, acepta perspectivas y juegos visuales para el que sabe ver y fotografiar. No sería honesto por mi parte darle todo el mérito a Rixo: más de 15 alumnos trabajaron en él, con una mención especial a Concesa, vecina de Priaranza del Bierzo, por su dedicación.

Priaranza del Bierzo es un pueblo alargado, que parece dejarse caer hacia la ribera del padre Sil, dominio de chopos, alguna huerta, alguna viña. Recorremos la calle Real Urbia con notables casas unas, ruinas las más. Según el filólogo Jesús García García, el nombre de Priaranza podría ser un compuesto grecolatino de Prior y Anthos: el que Primero Florece. El que Primero Florece: no he encontrado muchos topónimos que escondan algo tan poético. “Se non è vero, è ben trovato”. La iglesia, cómo decirlo sin adjetivos malsonantes, no es la más destacada de la comarca. El ladrillo visto y los huecos en la torre le dan un aspecto desastrado. No sabemos qué pensaría Francisco Prada Carrera (no se pueden tener apellidos más bercianos) cuando regresó en 1948 a su pueblo natal desde Brasil, siendo obispo de la diócesis de Uruaçu. En aquel entonces la iglesia sería más modesta pero más apegada a la tradición. Una humilde placa, ubicada en el atrio, le recuerda. Moriría con 101 años en Uruaçu, quién sabe si recordando el olor de la lumbre, del sabroso botillo en días de fiesta, del frescor del lagar, o de los paseos por el Recunco, a la vera de los salgueiros y castaños.

En Priaranza del Bierzo se puede sacar dinero de un cajero (o eso era hasta hace un suspiro, que el desmantelamiento se ha convertido en un vicio de los poderosos), coger el bus de línea de LINECAR para regresar a Ponferrada, cortarse el pelo, o tomar algo que restañe el cuerpo tras el esfuerzo en el bar de Inés o el Sitio de mi Recreo, una taberna que es más que una taberna. Tareas que parecen de Perogrullo en el siglo XXI pero que son, cada día más, una odisea en ayuntamientos como el de Priaranza del Bierzo. El Paseo del Corro se funde con la avenida de Recunco al término del pueblo, pasado el cementerio. Nada que haga sospechar que entre un mojón del Camino de Invierno y un solitario banco de listones de madera se halla el reposo de trece hombres ajusticiados en la guerra civil, y que es hoy un lugar histórico y con gran significado. El 6 de octubre de 1936, un camión con 15 hombres, se paró a la entrada de Priaranza del Bierzo. 13 fueron asesinados y enterrados allí mismo. Esa fosa común dio lugar a la Asociación para la Recuperación de la Memoria Histórica (ARMH), un hito nacional y un referente mundial. Una desgastada placa recuerda esta triste historia. «Los niños le llamaban el Paseo del Corro a ese lugar, porque sabían que por allí había unos muertos, debajo de una nogal recrecida, y el miedo les hacía pasar corriendo.» Así retrata Carlos Fidalgo este lugar donde todos sabían lo que se escondía bajo la tierra, pero que hubieron de pasar 64 años para que alguien con el ánimo y la tenacidad suficiente expusiera a la luz de la dignidad sus huesos. Y cruzando la larga avenida de Recunco, otra sorpresa: una placa inserta en un mojón del Camino de Invierno, escrita en español y japonés. ¿Japonés? En septiembre de 2015, una docena de ciudadanos nipones de la Sociedad Hispánica de Yokohama plantaron varios cerezos en la disposición tradicional de los jardines de Japón. La sakura, o cerezo en flor japonés, es uno de los símbolos más conocidos de la cultura japonesa. Los Hanami son excursiones en donde las personas se juntan para reflexionar sobre la naturaleza efímera de la vida y la mortalidad contemplando la también efímera flor del cerezo. Tras el mojón, un solitario cerezo crecía, pero hoy está en paradero desconocido, no sabemos si marchó de motu proprio o lo secuestraron para rescate.

La entrada a Villalibre de la Jurisdicción está adornada con nogales, con cerezos, con las viñas que suben en las suaves laderas. Con la iglesia de San Juan Bautista a un lado y la calle Barrio Falcón donde podremos beber de un caño de agua fresca, que es potable, doy fe yo y mi estómago. Villalibre de la Jurisdicción es el último pueblo del municipio de Priaranza que linda con Ponferrada, con casas que han sucumbido a la modernidad de los materiales, con la decadencia propia que nos embarga, con algún destello en forma de corredor pleno de flores, o en la descarnada casona de los Yebra, con uno de los escudos más hermosos y mejor conservados de El Bierzo. La ermita de San Jorge nos desvía hacia el cementerio, por el Tesedillo, sabiendo que nos queda todavía una hora de gozoso paseo hasta Toral de Merayo. Por las laderas de El Torullón, que hace de “cadena montañosa” entre los dos municipios, con cepas centenarias de mencía de donde sale buen vino, alguno con aromas del Recunco. Y al otro lado, en el flanco este de El Torullón, las vides observan la rica Vega de Rimor y a Toral de Merayo. Bajando por El Torullón se viene a la mente aquella tonada de «Bodegas de Toral / del vino hace lagar / Dichoso de aquel / que las pueda disfrutar (...)». Entre almendros, llegamos al ancho camino que conecta con Rimor y la carretera. Lo que queda de la ermita de San Salvador es hoy una atalaya situada en un extraordinario paraje desde el que contemplar Toral de Merayo y los Aquilianos. Los que saben de esto aseguran que se asientan sobre unos restos tardorromanos del siglo IV, en los umbrales del cristianismo. De estilo mozárabe, fue levantada en el siglo X y recuerda a la famosa iglesia de Santiago de Peñalba. Ahí es nada, aunque la imaginación ha de suplir a lo poco que resta.

Entramos en Toral de Merayo por el Camino del Barro, callejeando entre chalés y casas que se van salvando del mal gusto, hasta la plaza del Nogaledo, última parada del SMT, un magnífico lugar donde tomar algo, comprar en supermercado esperando tranquilamente que el bus blanco y azul (ese guiño a la Ponferradina) llegue a su hora. El Camino de Invierno continúa por la ladera del Pajariel, atravesando la famosa trinchera El Callejón (muchos le dicen túnel, aunque no he visto jamás un túnel desde el que se ve el cielo), que pudo ser obra de los romanos, de cuando el Itinerario de Antonino, una de las autovías de aquel entonces.

Pero la intención es tomar el bus, la Línea 2 ó la 1, y regresar. Y si tarda esperamos tomando algo, será por bares en la plaza del Nogaledo, dos nada más y nada menos, algo ya difícil de ver.

 
 
 

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