Conozco mastines que cuidan el ganado, sin fines de semana ni finiquitos; que se interponen en un camino haciendo que tragues saliva sopesando la situación; que pegan el morro tras una valla como si te quisieran engullir para luego escupirte (no sé si un perro escupe, aunque masticar sin duda). Con todo, nunca pensé encontrarme con un mastín que se encargara de cuidar una viña, a la manera en que un fiel soldado defiende el castillo de su señor.
El 21 de diciembre de 2022 subía por el Camino Nuevo que une San Esteban de Valdueza con el Alto que lo separa de San Lorenzo. Lo de “nuevo” es un eufemismo, un poco como el Puente Nuevo de Ponferrada, al que la etiqueta ya le va amarilleando. Según se asciende, el magnífico perfil de los Aquilianos atenúa el esfuerzo, con la mirada puesta en el cerro Encinedo a modo de faro. Casi acabada la pendiente, tras el desvío que baja al puente de San Lázaro, comencé a escuchar ladridos, ladridos recios, de advertencia, propios de mastín. En mitad de las viñas y los campos sembrados de almendros, sin ninguna construcción cerca, me sobrevino la sorpresa. Agudicé el oído. Los ladridos no ofrecían duda: eran de perro, y no de corzo, o un caniche ronco. Y estaban cerca. Al poco de llegar a la carretera, una cabeza asomó desde una viña, enmarcado entre unos almendros. Era un mastín español, aunque no sé sin con pedigrí, o hijo de mastines proletarios. Blanco crema, con una facha de juventud, y algo flaco, colgándole la piel como si una manta le cubriera. Me ladraba con curiosidad y hasta diría que con temor, tras el parapeto de los troncos de las vides desprovistos de hojas. Creí que saltaría al camino pero se fue yendo para atrás, como el que escapa, aunque con cierto pudor.
El cerro Encinedo es una elevación que, si la vemos desde el norte, se muestra como la cabeza de un hombre repoblada con pelo trenzado de pinos siempre verdes, y con las laderas alfombradas de viñedos. Cerro Encinedo o Peña Ladrona, dos nombres para este curioso cerro que mira a Valdecañada. Ladrón viene del latín latus que significa costado, ladera. Por encima de Peñalba también hay referencias de un antiquísimo asentamiento, tal vez castreño, llamado Casa Ladrón, un lugar helado en invierno y frío en verano, lo que da cuenta de lo duros que eran nuestros antepasados. Pero no nos desviemos de la intención de este relato. En el cerro hay diseminada alguna construcción para guardar los aperos, refugio de viticultor, pero nada parecido a una caseta de resguardo. Le auguré mal futuro al joven mastín: sin agua, sin comida, no esperaba que sobreviviera al invierno. Me olvidé de él y su destino.
Un mes después, volví a encontrarme con mi amigo el mastín. Yo subía por el ancho camino que une la carretera que baja a Valdecañada, en el entorno del cerro de Valdesacia, con el Alto de San Esteban. Se hizo notar por el lateral, ladrando, en la misma finca donde le vi por vez primera. Entonces comprendí que alguien estaba dándole de comer y de beber. Lo seguí viendo algo flaco, pero había ganado en corpulencia y su ladrido me pareció más intenso. Se asomó a la entrada de la viña que era su fortín, solitario soldado de la División Sarmiento. Le hablé fuerte, que se fuera para atrás, y lo hizo. No es pendenciero, pero no debe estar solo, por lo que pueda pasar. Crucé la carretera y salió al camino, para verme mejor. Seguía ladrándome, entendí que más por curiosidad que por otra cosa. Le bauticé entonces como el Mastín de la Mencía.
A finales de 2023, nuestro Mastín de la Mencía sigue fiel a su cerro, en la ladera que mira al este, como una obsesión. En la Encrucijada, una pequeña explanada que es cruce de caminos, al pie de la carretera LE-158/4 y el camino Panderón, grité esperando algo. Nada. Volví a gritar. A la tercera me devolvió el saludo, ladrando desde la oscuridad que se iba adueñando del cerro, destacando como una pequeña mancha blanca sobre el fondo sombrío que la viña muestra en los meses de reposo y preparación a la primavera.
Llevado por la imaginación, lo veo en jornada de vendimia, con un capazo adaptado a su cuerpo de mastín, bajando la uva al camino donde el tractor espera. Quizá merezca un vino con su nombre y etiqueta de colores.
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