Un hombre menudo se movía, inquieto, frente a la fachada del instituto Gil y Carrasco. La plaza del Ayuntamiento de Ponferrada a principios de los 90 del siglo XX era muy diferente a la de ahora. Un hilera de bloques de granito cerraban la plaza por el norte y el este, con el acceso de la calle Santa Beatriz de Silva abierto al tráfico. Un lugar ideal para sentarse a observar la vida. Allí estaba yo, haciendo tiempo en esa tarde que se abalanzaba sobre la noche para entrar en las clases de Nocturno, el sumidero de aquellos que creen que hay segundas oportunidades en el bachillerato. Yo sabía quién era ese hombre por un cartel que lo anunciaba. El facha de Dragó, pensé para mis adentros. Un tipo pagado de sí mismo, que no hacía más que decir gilipolleces en la tele con frases epatantes, y llevar a gente rara que decía cosas más raras. Iba a dar una conferencia en el enorme salón de actos del instituto (enorme lo recuerdo) a la que ni por dinero yo hubiera acudido. ¿De qué iba a hablar aquel fanfarrón que no paraba de sonreír? No lo recuerdo ni me importaba. Me gustaría pensar que venía a dar una charla de su mítico libro, de esa España mágica de la que los historiadores de mesa camilla no nos hablaban en las pesadas tardes, con sus exámenes y las anotaciones semestrales. Pero lo más probable es que viajara a Ponferrada a hablar del Temple, y de Isis amamantando a Horus, y de Trismegisto, hilando su torrente de conocimientos con el solar berciano. Seguía moviéndose como el corredor que calienta antes del pistoletazo de salida. Entré a clase y me olvidé.
Como el tiempo es sabio, y hay que avanzar y transmutar, me volví a encontrar con Dragó (metafóricamente) y sus excelentes (por decir algo que se queda corto) programas literarios de la tele, de esos que ya no se ven ni se verán, que hoy para La2 (repleta de felinos y monos) el culmen de la cultura son Página Dos y Carlos del Amor. Un día de invierno, mucho antes de la pandemia (¿qué pandemia?), me decidí, tras remolonear meses y meses, a sacar un libro de la biblioteca: Gárgoris y Habidis. Me costó moverlo: un tocho de 1.064 páginas en la edición que Planeta hizo juntando los cuatro volúmenes iniciales de la editorial Hiperión, una idea brillante de aunar cultura y deporte. Bien por Lara y sus asalariados.
Y entré, sin saberlo, en un mundo nuevo, lleno de claves, de laberintos, una visión alternativa y heterodoxa de España, que cuestiona la versión académica. Dragó, un citador profesional, siempre se acordaba de una frase de George Bernard Shaw: “desde muy niño tuve que interrumpir mi educación para ir a la escuela”. ¡Bien! Y uno, que gusta de mirar las cosas por detrás para ver el mecanismo, de contravenir la historia oficial, con tendencia a mirar por encima de la valla, me sumergí en gozoso festín de negro sobre blanco. Aunque ¡ojo!, que nadie se engañe: GyH no es un libro fácil, de esos que prefería una antigua conocida, que gustaba de leer cosas que no le hicieran pensar. Brillante en su estulticia. ¿Quién recuerda las excursiones anodinas, las cenas frugales sin vino y los encuentros simplones?
GyH fue publicado en 1978 y galardonado con el Premio Nacional de Ensayo en 1979. ¿Merecido? No: lo siguiente. Hoy, en este 2023, esto quizá no hubiera sido posible. Razones políticas, cancelaciones moradas, o el desorbitado precio del papel lo hubieran evitado. El libro se divide en cuatro volúmenes: Los orígenes, Ciclos cristianos, Minorías y marginaciones y Entre la clandestinidad y la farsa. El título hace referencia a dos personajes legendarios: Gárgoris, el primer rey de Tartessos, y Habidis, su nieto y sucesor, que según la tradición introdujo el alfabeto y la escritura en España. Pero esto es un blog de una web dedicada a Ponferrada y su entorno, así que ¿dónde encontramos la hilazón entre GyH y esta tierra a la que tanto quiero? Al pasar una página me topo con que Dragó escribe: “Habidis fue un monarca sabio, prudente, generoso y grande. Dio leyes al pueblo bárbaro, unció los bueyes a la reja y fundó la ciudad santa de Astorga, acaso el más antiguo enclave urbano de los que subsisten en la Península”. Con un par. Avanzando en el relato: “El Bierzo ha alumbrado muchas aventuras místicas y heterodoxas. Es lugar de milagros y sociedades secretas, inseparable de la Vía Láctea, el Grial, los caballeros gnósticos y los monjes que entre el siglo VIII y el XI de nuestra era asumieron el relevo del ascetismo troglodita. Luego vendría Cluny y la fe se perdió, o hubo que conservarla en catacumbas. Queda mucho por decir sobre San Fructuoso y su Tebaida. Cosas que, por supuesto, sería inútil buscar en los ingenuos manuales hagiográficos consagrados al tema. Estuve en El Bierzo a finales del setenta y dos. Había salido de Astorga muy de mañana para visitar el monasterio de Carracedo, construido con piedras de una ciudad celta y, en consecuencia, adornado por símbolos «masónicos y egipcios» (son palabras del párroco que a regañadientes me hizo los honores. Y luego masculló: «No se sabe nada de lo que pudo pasar aquí antes del siglo IX». El subrayado es del párroco). Diciembre leonés: uno se pelaba de frío. Media hora más tarde llegué a Villafranca entre sol, aire tibio y luz difusa. Donde hubo, sobra. El Bierzo sigue componiendo una geografía mágica, acerada por una benevolencia ecológica que carece de sentido en el contexto de la tundra siberiana que la rodea. Sí, tierra de dioses. Los santos saben elegir”
Ahí ya, el madrileño transmutado por la alquimia de la vida en soriano, me ganó: “Sí, tierra de dioses. Los santos saben elegir.” Creo, afirmo, sentencio, que Dragó se merece una calle, o una avenida, quién sabe si un boulevard que ahora lleva nombre de ladrón de guante blanco. Juro por lo sagrado que no tenía idea de lo mucho que El Bierzo era citado por Dragó, así que la sorpresa hizo honor a su significado. Afortunadamente, ahí no quedó la cosa. Otro extracto:
“Lo curioso es que Roso de Luna se ponga a hablar de una invasión aria, anterior nada menos que al diluvio, organizada por indo-escitas y parsis que se instalaron en El Bierzo, precisamente en las cercanías de la futura Astorga. ¿Gentes braquicéfalas, rubias y de fe solar en el escenario del primitivo monacato berciano? Pero la curiosidad se convierte en asombro al descubrir, con el aval de un prestigioso historiador, que las tradiciones relativas a la fundación de Villafranca del Bierzo son idénticas a las que con el mismo motivo circulan sobre Troya. Ilos, hijo de Tros y padre de Laomedonte, se adjudicó la victoria en una competición atlética organizada por el rey de Frigia y recibió, como premio, una vaca overa. El oráculo le ordenó que fuera en pos de ella y levantase una ciudad en el lugar donde el animal se echara. Así empezó Troya y también, como veremos al hablar de los Templarios, Villafranca del Bierzo o acaso la misma Astorga. Hay en todo esto resonancias de un antiguo sustrato mitológico. Otras vacas o toros conducen a otros pueblos hacia su destino: italiotas y samnitas no son los únicos”.
Relaciona a Roso de Luna (aquel astrónomo tan a contracorriente como él mismo, y del que ya nadie se acuerda) con Cacabelos. Escribe Dragó: “Un segundo ejemplo de fidelidad agazapada nos lo dan los monjes bernardos de Carracedo, lugar teúrgico al que varias veces me he referido y donde al parecer se conservó el ritual iniciático del Temple por lo menos hasta el siglo XVI. Pues fue después de su comienzo y antes de su término cuando alguien fabricó en dicho enclave una talla del Niño (hijo de Dios o adepto) inmovilizado en el trance de entregar un cinco de oros al catecúmeno mientras con la zurda le retira un cuatro de copas. Son números rivales de la Cábala y naipes opuestos del Tarot, apuntando las Copas al juego embriagador de las pasiones y los Oros al metal noble de una sabiduría inoxidable. Se dibuja, para quien pueda entender, una constante angular de todos los esoterismos: la Rosa en la Cruz, es decir, el conocimiento representado por el mandala y obtenido a través y a pesar de una agonía. Este Retablo de la Quinta Angustia se conserva en Cacabelos del Bierzo, otro chakra español en el que por vueltas y revueltas siempre venimos”. Leído esto, no es de extrañar que una de las muchas ediciones de GyH, la portada es la de ese niño de Cacabelos, ese Niño Jesús jugando a las cartas con San Antonio que se puede ver en el Santuario de la Virgen de las Angustias.
En GyH me topé con Prisciliano, el que tal vez ocupe el sepulcro en Compostela y no ese Santiago que llegó en balsa de piedra, no sabemos si pómez. Dragó no tiró tan certero: “el gallego Prisciliano” anotaba, aunque se lo perdonamos por razones de peso histórico: Gallaecia fuimos y somos en esta comarca a la que solo se puede entrar bajando y salir subiendo. Y por gracia y obra (sobre todo) de Aniceto Núñez García, que lo situó con todas las armas de la sapiencia en Cacabelos, otra vez la villa del Cúa, en esa obra boquiabierta de Prisciliano del Bierzo. “Egeria, Teodosio, Prisciliano y Máximo se bañaron en el río Cúa, contemplaron, extasiados y tumbados en la hierba amarillenta del otoño, la Aquiana cubierta por las primeras nieves; subieron, entre viñas, al Castro Ventosa para disfrutar de los ejercicios y disciplina de las cohortes [...]. La misma Egeria que un día subirá a pie el Sinaí y se entusiasmará con la tierra de Gesén hasta afirmar que "nunca he visto tierra más hermosa". Con seguridad, recordaba en ese momento su Bierzo natal. La vida los separó y a veces los enfrentó. Pero la historia ha vuelto a reunirlos, correteando y cabalgando por los ríos y los valles bercianos. Bergidum Flavium fue su casa natal y su patria. Así deberá quedar ya para siempre”. Núñez García no solo dice que Prisciliano es de Cacabelos (aquella Cauca, o la Carcabelus del Códex Callixtinus), sino también el futuro emperador romano Teodosio, y a Magno Máximo, otro emperador, enfrentados ambos por controlar Italia. ¿Quién puede emplazar más talento y poder en lo que fue Cacabelos? Aunque el libro de Aniceto daría para otro artículo, debemos volver a Dragó. Nos habla de las vírgenes negras, la diosa Isis luego llamada María, como la virgen de la Encina, negra también, heredera de un viaje de siglos o milenios, un viaje desde Oriente al Finisterrae. Del mito del Héroe (aunque no cite a Campbell), de Krishna que fue Osiris que fue Jesús.
Dragó volvió varias veces más a la comarca, solo o acompañado con alguien tan famoso ahora como Javier Sierra. Estuvo en el 2004 con su ponencia: "Los Templarios y las cuatro gotas del Grial, un camino de iniciación wagneriana". Poniendo títulos no tenía rival. Y yo de aquella, obstinado, ni caso a la llamada del lobo. Hoy hubiera pagado por entrar y empaparme de su sabiduría, en vivo y en directo. Me consuela saber que en aquel momento no hubiera entendido nada, que la hora y pico de discurso no hubiera hecho mella en un cerebro que debía irse transmutando y abriendo.
Recomendar algo es, muchas veces, equivocar el tiro. Así que no lean ustedes Gárgoris y Habidis, no entren en ese torrente casi orgiástico de ideas, pues la duda no enriquece y trastoca la paz de la EGB, del BUP, de los intelectuales con carné de partido, y de lo que se ponga por delante. ¡Vivan las cadenas!, que gritaría Platón desde la caverna.
Dragó falleció en Castilfrío de la Sierra el 10 de abril de 2023. En pocos días debería haber leído el discurso del Premio de Castilla y León de las Letras 2022. Su hija Ayanta lo hizo, imbuida de una fuerza que superó al dolor. Y una vez más, en esas palabras póstumas, en ese largo epitafio, se acordó de El Bierzo. De Ponferrada, Las Médulas, Peñalba de Santiago, Compludo, el Valle del Silencio. De Antonio Machado (el que dice en Campos de Castilla eso de ¡Este placer de alejarse! Londres, Madrid, Ponferrada, tan lindos... para marcharse). Y se acuerda de Raúl Guerra Garrido, en una larga lista de amigos y premiados antes que él. ¡Otro cacabelense de pro!, más que muchos de partida de nacimiento y anotación perpetua en el DNI.
Ahora, Fernando, podrás recorrer de nuevo las empinadas calles de Tiermes, sentarte con Sinué, abrir el Tao Te king, y oír el ronroneo de Soseki, ahora ya sí inmortal y tigre. Y, por fin, conocer a aquel que tuvo que morir para que tú fueras Dragó.
Descansa en paz, maestro.
Σχόλια