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  • Foto del escritorLuis García Prieto

#42. Por el arroyo de la Fervencia.

Volvemos a tomar la línea 1, marcada en rojo en la señalética, que conecta Dehesas / Villaverde de la Abadía con Santo Tomás de las Ollas y la Universidad, unos 13 km para arriba y otros tantos para abajo. La que más comunicaciones tiene con el centro de la ciudad. Nos deja, por 0.52€ (ahora que los viajes se han abaratado), en el camino al Castrelín de San Juan de Paluezas, o en las Barrancas de Santalla, rutas ya disponibles. Pero esta vez vamos a subir por el arroyo de la Fervencia.

Villaverde de la Abadía es un típico pueblo del Bierzo Bajo, como Dehesas o Carracedelo, la cabeza de municipio al que pertenece. Lugares sin un centro definido, separados unos de otros no por la desconfianza, sí por la necesidad de extraer de la tierra el rico sustento de la huerta berciana. De aquí salen esos pimientos, esas cebollas, las patatas que comen esos cerdos que transmutarán en botillo y hasta la madera de chopo de esos palés que los llevarán. En nuestro camino no veremos la iglesia, que no descolla en una tierra llana, tierra seca como decían antes de que Bárcena y Posada se sacrificaran en pos del bien común con el agua al cuello y más aún. Pero algo debió de ver la escritora Helena Tur en esta frondosidad, cuando ambienta su novela Malasangre en Villaverde de la Abadía, adonde llega la protagonista para trabajar. Romasanta (el famoso licántropo gallego), cuatro niñas asesinadas, el río Sil y Las Médulas forman parte del apasionante argumento. Creo que se está vendiendo muy bien y hasta hay un proyecto de hacerlo serie de televisión o una película.

Cruzamos ese extremo de Villaverde de la Abadía, con el horno de San Blas marcando el final de las casas antes de meternos en los dominios del Sil. Atravesamos la imponente chopera, que cambia y muta con las estaciones. Se extiende durante más de 14 km, de este a oeste, siguiendo al río Sil, desde el barrio de Flores del Sil a Villadepalos, hasta encontrarse con otro ejército de chopos que surge en Villabuena. La primera sorpresa, casi sin esperarlo, escondido tras la espesura, es el puente colgante, quizá uno de los más fotografiados de la comarca. En el pdf de la ruta se cuentan todos los intríngulis de su construcción, del valeroso Ventura Álvarez y sus amigos, así que no nos demoraremos en ello. El Sil, en un tramo de apenas 9 kilómetros, cuenta con otros dos. Aguas abajo se encuentra el cercano puente colgante de Villadepalos, más grande. Y finalmente, el del pequeño pueblo de Valiña, más parecido en tamaño a este y que urge una reparación tras sufrir importantes daños en su infraestructura por los vientos en junio de 2022.

Caminamos entre los dominios de los ayuntamientos de Carracedelo y Borrenes, el llamado Olgaño, donde hubo abundantes huertas, en una planicie siempre húmeda, con frutales de pera conferencia compitiendo con los chopos por la luz y los recursos. El Sil, en sus anuales crecidas, probablemente lo llegaba a cubrir hasta que el pantano de Bárcena aplacó su furia. Nos vamos arrimando a la pared caliza del Cerro de la Fraga (608 m.), un escalón o tajo calizo muy vertical, umbrío y lleno de vegetación. El topónimo fraga nos indica la existencia de un bosque virgen, atlántico, de mucha espesura y escarpado. Y al pasar junto a él comprobamos que todo eso se cumple, con un aura de misterio.

El giro de 90 grados a la izquierda para acometer la subida está poco claro, difuminado por la vegetación. Es recomendable (siempre lo es) usar el mapa gps. La entrada al arroyo de la Fervencia es un amontonamiento de grandes piedras fácil de rebasar. Nace en la cara sur del Cerro de la Fraga. De apenas dos kilómetros, cuenta con alguna pequeña cascada que si el tiempo acompaña podremos ver con agua aunque no nos vamos a engañar: con la escasez de lluvias será un milagro verlo con caudal. La senda se confunde con el cauce del arroyo pero no es difícil de seguir. En todo el ascenso veremos muros donde quizá hubo un pequeño molino. De hecho, no muy lejos, acosado por la vegetación, permanecen las ruinas del molino de Olgaño, junto a la cabuerca de As Cerexais.

En este umbrío lugar está la cascada que da nombre al arroyo. Una fervencia aplacada por un muro de contención. Fervencia significa cascada. (Fervere: Hervir: Fervenza: Catarata, caída de agua), que por el efecto de su caudal parecen hervir. A medida que ascendemos, la senda se amplía. Es un lugar misterioso donde los árboles buscan la luz. Los muros hablan de un pasado ganadero.

En poca distancia la senda nos conduce hacia la luz, y el cambio de vegetación es radical. La exuberancia transmuta en un paraje de encinas al encaminarnos al punto más alto de la cara sur del cerro de la Fraga, atravesado por una torre de alta tensión. Por aquí podríamos ver ovejas ya que hacia San Juan de Paluezas hay una explotación ganadera, de las pocas que van quedando. 610 metros de altitud marcan el tope de la poco exigente subida. Ahora toca descender. Ante la duda, tomaremos el mapa gps. Son poco más de 500 metros de senda que se estrechará, y donde espinos, zarzas y otra vegetación harán dificultoso el caminar. Con estos caminos nunca se sabe: transitando por ellos también logramos que no se cierren. Con un poco de paciencia y cuidado al pisar, no supondrá demasiado problema. El desnivel aumenta en un pequeño soto de castaños, y en nada llegamos al camino ancho que conecta con San Juan de Paluezas. En un giro del camino se abre un excelente mirador hacia la chopera en primer plano y un continuo de pueblos y huertas, la conurbación verde que es el El Bierzo Bajo. Hablamos mucho de oro en RCBP y ahora también. Bajo la pared caliza del Cerro de la Fraga, hay numerosos amontonamientos de piedras. Son murias, el testigo de que aquí los romanos buscaron el preciado metal. A pocos metros de este camino de bajada se puede ver una sin dificultades; y gracias a los satélites son fácilmente detectables.

Como la ruta es circular podremos disfrutar de nuevo del puente colgante. Es uno de esos lugares tan fotogénicos que es difícil no activar la cámara y gastar carrete. Cada estación, cada momento del día, da una impresión en el que observa el puente y en el discurrir de ese «Río de las ondas claras y las arenas de oro, en ti el romano, vencedor del mundo» que escribiría un joven Gil y Carrasco. ¿Joven? Siempre lo fue, que murió a los 30 años.

La línea 1 nos aguarda en la misma parada donde bajamos.

Saludemos a las peras conferencias al pasar, las que estén o las que serán.


¡Sube al bus y camina!

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