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Foto del escritorLuis García Prieto

#39. El valle del Godello.

Actualizado: 13 oct 2022

Esta vez nos vamos a Campo, así, rotundo, con la primera letra en mayúscula, que con ese nombre tan genérico valdría para cualquier lugar. Pero Campo no es cualquier lugar. Es la antesala de Los Barrios, parada y fonda casi obligada. Comparte con esa tríada ya reseñada las casonas, los viñedos, las lomas suaves y los arroyos escondidos. Campo es un gozoso origen y destino en un viaje circular por pagos de mencía y godello, la uva de vinos blancos más apreciada del decenio. Pero antes debemos tomar la línea 3 del SMT en cualquiera de sus paradas, o en el Intercambiador para no confundirnos.

El Camino de los Mesones, 24 es final y principio, junto a un colegio que funciona de momento, pero que a este paso se reconvertirá en hogar del jubilado o BIC. Es Campo un pueblo en cuesta (¿cuál no lo es en este municipio, salvo los de la llanura aluvial del Sil?) que ofrece sus joyas a medida que apretamos el paso. Nos metemos en dirección prohibida al recorrido del Camino de Santiago, y con algún caminante nos toparemos, y quizá nos indiquen que no vamos bien, que demos la vuelta, a mí me ha pasado, la amabilidad del Camino que podría contagiarse al mundo real.

Tiene varias casonas Campo, y la de la calle Real, la de Los Luna, ofrece en su fachada un magnífico escudo, tan bien conservado que pareciera que lo colocaron el año pasado, cuando lleva ahí 3 siglos. Están las 5 estacas verticales de los Valcarce (raro es el escudo del entorno donde no aparezcan), la cartela de rollos o volutas bien labradas, y un yelmo con las diez plumas casi intactas.

Cuenta Campo con una fuente romana, de las mejor conservadas de El Bierzo. Tras la casona de La Bóveda, nos aparece en la esquina la Escuela Ropero que Manuel González y Yebra Pimentel mandó construir para los niños pobres en 1776. Su condición de deán de Málaga (cabeza del cabildo de una catedral, inferior en jerarquía al obispo) le permitió tal empresa. No se olvidó Manuel de su pueblo, y de los niños, que no tendrían mucho para vestirse ni oportunidades de aprender las cuatro letras. Hoy aloja al Centro Cívico del pueblo.

En dos giros, y entre estrechas calles, pisamos guijarros y piedras y tierra del camino que aumenta su desnivel a la vera de encinas y los primeros viñedos. Son caminos rurales, que conectan a los lugareños con su sustento, con los pagos de sus abuelos. La primera sorpresa: parcelas con un árbol que no es habitual por estas latitudes. O sí. Olivos. ¿Qué hacen estos árboles tan lejos de Jaén? Podríamos pensar que los trajeron aquellos jienenses que vinieron a El Bierzo a trabajar en la mitad del siglo pasado. Muchos de las Navas de San Juan, que podrían haber llevado en su humilde maleta unas semillas de olivo. Pero nada más lejos de esta historia. El Bierzo fue una tierra de olivos. Dice una leyenda que los Reyes Católicos obligaron a arrancar los olivares que crecían al amparo del río Sil, desde El Bierzo hasta el Atlántico, para beneficiar a los olivares del sur. El Padre Sarmiento (en el siglo XVIII) primero, y luego Madoz, documentan los olivos en Campañana, en Valdeorras y en Quiroga. Existen muchas otras teorías acerca de su paulatina desaparición. Supongo que fue un poco de esto y un poco de aquello.

Entroncamos con el Camino de los Barrios de Salas, la “autovía” que conecta los territorios tapizados de viñedo y almendros. Entre el reguero de Las Junqueras y el arroyo de Valdegarcía se alzan unas suaves lomas donde ahora crece el viñedo de uva godello, una de las mejores variedades de vinos blancos del mundo. La mayor parte son propiedad de una prestigiosa bodega de la Ribera del Duero. Cuando los de fuera apuestan por nuestras vides es que algo se está haciendo bien. Y no, la denominación de Valle del Godello no existe: es una licencia que me doy, así, con dos botillos. A buen seguro que los naturales frunzan el ceño. La Cántara, La Cecilia o el cercano Camino de Matacristianos aparecen en los mapas oficiales, plagados de errores, y muchas veces lo que ponen ahí está allí, en el otro paraje o más al oeste. Siempre que puedo pregunto a los que veo ¿cómo se llama este paraje? ¿y aquella loma? Alguno pensará que soy del Catastro y que tengo la misión de redactar un informe que apriete de impuestos a los sufridos labriegos. Adoro los nombres propios, salidos de la razón y la obviedad. Godello, sí, esa uva que es la ambrosía para los nuevos mercados del vino. Una variedad para moros y cristianos, de la ribera o de la comarca, que el que quiera entienda.

Pisando fuerte entre las anchas calles de las cepas nuevas, la subida obliga a respirar profundo. Aparece Lombillo de los Barrios, el de la lomba que se adelanta hacia el ocaso, una cincuentena de casas que tienen a la ermita de Nuestra Señora de la Encarnación como su centro de gravedad. Urge una restauración dentro y fuera, adecuada y en consonancia al rico patrimonio de Los Barrios. A buen seguro que el chico más listo de Lombillo, Valentín Yebra, tomase la sagrada forma, pensando en las palabras y sus combinaciones; o en las centenar de bombillas que podía ver desde la atalaya del mirador de las Majuelas brillando en Ponferrada. Bien lo sabía él, que las había contado. El mirador de Las Majuelas puede ser uno de los mejores lugares para contemplar la estampa de los montes Aquilianos. Es una delicia el pasar alguna tarde viendo cómo se escapa el sol hacia Galicia, creando sombras y luces en las paredes rocosas del Pico Tuerto o la Guiana. Y si es con nieve, el espectáculo es incomparable. Nos podríamos demorar comiendo unas pipas, con una caña fresca o ese líquido maravilloso que sale de los pagos de la comarca.

La iglesia de San Martín, notable por sí misma y por su bello emplazamiento, en la ladera oeste del Cerro de María González, ejerce de vigía de los parroquianos de Salas de los Barrios. Olivos, como manda la tradición, y encinas de buen porte, de las que ya se ven pocas por la comarca. Allí pudo haber un templo romano dedicado al dios Mercurio. Una inscripción hecha en piedra, encontrada en la zona, así lo sugiere. Las capas de la historia se repiten sin remedio.

No nos daremos cuenta de que estamos sobre el puente de San Martín, que salva el angosto tajo formado por el arroyo de Salas de los Barrios, que nace en El Encinal, al que llaman también Torrenteiro. El que avisa no traiciona. Por él transcurre el llamado Camino de San Esteban que venía de Riego de Ambrós, atravesaba el arroyo de las Presas y el río Meruelo por Las Puentes de Malpaso, ascendiendo hasta Lombillo, cruzando Los Barrios entre viñas y huertas. Es parte de un ramal, ya casi olvidado, del Camino de Santiago, que alguien que no puedo nombrar intenta recuperar, chitón...

Salas de los Barrios fue la cabeza del ayuntamiento que agrupaba también a Compludo, San Cristóbal, Espinoso de Compludo y Bouzas. El paulatino despoblamiento lo fue relegando hasta que, en 1980, se fundió con el ayuntamiento de Ponferrada. La importancia del vino y la agricultura supuso la fortuna de familias, mostrada en la grandeza de sus casonas. Aún resuenan los apellidos Rocha, Salazar, Valcarce y San Juan.

La calle Nuestra Señora, una ancha senda con cubierta vegetal, desemboca en la Bodega del Cabildo. Se construyó en 1819 para recoger los diezmos en vino o en cereal para la Diócesis de Astorga. Si bien la iglesia de San Martín es la principal del pueblo, en Salas está la capilla de la Visitación. Aquí reposan los restos de Francisco del Rincón. Natural de Arévalo (Ávila) fue en El Bierzo en donde hizo carrera, llegando a ser abad de Compludo en el siglo XVI. Salas acogió bien a este adinerado servidor de Dios. Como premio al pueblo que lo acogió, y a sí mismo (todo hay que decirlo), pagó de su bolsillo una casa para el cura y una capilla en donde el abad yacería por toda la eternidad. El artesonado es digno de elogio. El afamado maestro belga, Nicolás de Brujas (sí, un belga en El Bierzo, mucho antes que el ingeniero Jorissen, El Belga, el histórico director de la MSP), se encargó de realizar el retablo, aprovechando que vivía en Salas con su familia. Alguien me contó que Nicolás (al que imagino con un fuerte acento flamenco) se casó con una sobrina de Rincón, así que buen padrino se agenció el de Flandes, sin demérito para su arte. La persona que me lo contó no andaba descaminada, y la historia era posible. Pero no. Es el propio Rincón, intuyendo la sombra de la muerte, el que deja por escrito que “paguen a Nicolás de Brujas, Flamenco y entallador, 20 ducados que yo le mandé en dote con la sobrina del Cura de Salas”. Se llamaba Alonso Fernández, y de él se acuerda en el testamento: “mando que a Alonso Fernández, Cura de Salas, se le dé mi cuera aforrada de terciopelo, y el paño de cordellate y sotana blanca que está en casa de campo, para hacer unas calzas, y se le dé un sayo de los míos cual él quisiera, y la sotana mía sin mangas de hilo fino de Segovia, y mi manto, y mis bonetes todos, excepto uno de los nuevos, que mando se dé a Carro”.

Tuve ocasión de visitar la capilla este agosto pasado, y ver las espléndidas tablas pintadas por otro artista berciano y pisar (sin querer) la lápida del abad. Pero lo que más me gustó fue la sacristía, uno de esos lugares parados en el tiempo, con una columna de piedra que afirmaban había acabado allí procedente del monasterio de Montes (¿o era de Peñalba de Santiago). Fermín, arquitecto del grupo de la visita, advirtió que estaba inclinada, así que de apoyarse mejor dejarlo... palabra de arquitecto.

Lo que siempre me ha gustado es pararme frente a unas curiosas esculturas de madera que parecen pasar la tarde frente al templo. Su autor, Esteban Girón Fernández, natural de Salas de los Barrios, falleció en 2019, a los 92 años. Desconozco las razones, los motivos, el significado. Quizá ninguno, el propio placer de hacerlo.

Continuamos, en agradable descenso, por la calle Nuestra Señora, donde se levanta la espléndida Casona de los San Juan, reconocida familia de Los Barrios. Gracias a su peculiar cerramiento aún es posible ver el interior de una típica casona berciana, con su patio empedrado, sus arcos y su galería en madera. Recuerdo haber tomado algo entre sus muros, cuando fue la Hacienda del Val, un restaurante y hotel. Suponía una oportunidad de poder ver una construcción tan característica de la zona, sobre todo la imponente bodega donde guardaban el vino, pero en 2016 la puerta se cerró hasta el día de hoy. Años antes, en 2004, los ladrones se llevaron muebles y otros objetos de gran valor, datados muchos en el siglo XVIII, excepto la lámpara del techo debido a su enorme peso. Su propietario, el abogado San Juan Olarte, recompensaría con 6.000 euros a todo aquel que pudiera darle pistas para recuperar lo robado pero nada se sabe de aquello. Este abogado berciano, fallecido en 2009, estuvo muy vinculado al mundo del toro como empresario y apoderado. Donó una buena cantidad de dinero para la construcción de la catedral de la Almudena de Madrid, donde reposan sus restos en una cripta de este templo. Se cuenta que se han llegado a pagar cerca de 200 mil euros por un sarcófago. Calderilla para Francisco del Rincón, que no tiene que compartir con nadie el descanso eterno, que la convivencia ya sabemos que trae conflictos.

En la Plaza de Salas, las casona de los Valcarce y la casona de los Yebra. No me extenderé demasiado, que el tiempo se nos echa encima, que Pablo ya bosteza, con razón, que hay mucho que hacer. El elemento más destacado es su ajimez: una ventana con dos aberturas separada con su parteluz o mainel, un estilo presente en Extremadura y que alguien se trajo. Esa ventana es una de mis preferidas del entorno.

Enfilamos camino abajo, que ahora es calle asfaltada. Saludamos a la casona de los Rocha, una familia de fuerte raigambre en Los Barrios, hoy dividida en dos partes. Notable es la entrada principal, con arco de medio punto, y una inscripción: año 1714, fecha de su construcción. Nos esperan pasos y pasos hasta entroncar, de nuevo, con el camino de Los Barrios de Salas, un verde pasillo de nogales, almendro y cerezos. A lo lejos, la iglesia de Santa María, en los dominios de Campo. Dice la leyenda que por estos lares un templario encontró la imagen de la virgen de la Encina. O era por aquellos, nadie lo sabe con seguridad. Construida entre los siglos XVI y XVIII, en el interior descansa una virgen de la Encina del XVI. Con su notable torre barroca, mira a los Aquilianos y a una vega fértil. Su encina es una fiel guardiana del templo. Lleva ahí siglos, una vecina ilustre por centenaria, magnífica y fotogénica. Ella ha visto pasar a padres portando al niño recién nacido, temerosos de que la muerte se lo llevara antes del obligado bautizo. A los parroquianos a las obligadas misas dominicales. A las comuniones. A las alegres bodas y su repique de campanas. O viendo el último adiós antes de la sepultura en un cementerio con vistas a los Aquilianos. Salúdala con respeto.

Campo nos espera, con sus estrechas callejuelas que dan a la Plaza Mayor, en cuesta, ¡y qué cuesta! Tal vez esté abierto el Mesón San Isidro y te puedas comer algo de su carta. Tascón, el de la radio, se deshace en elogios, por sus bravas patatas, y buenos chuletones, algo sabrá cuando lleva yendo 30 años a esta singular bodega. Si nos fijamos, está la casona de los Villaboa, con su escudo que se deshace con solo mirarlo. Por la calle La Francesa, nos topamos de nuevo con la calle Real, yendo de frente al encuentro con la parada del SMT.

¿Se puede pedir más de un paseo?

¡Sube al bus y camina!

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