Resulta extraño recomendar una ruta por un lugar que, más temprano que tarde, va a desaparecer con el estruendo de los tataranietos de la dinamita. Pero es obligada la recomendación, un motivo ineludible por la importancia. La línea 3 parte, como eje central, del Intercambiador. Puedes comenzarla en Campo, a la vera del río Boeza, en un recorrido de unos 10 kilómetros hacia el pasado energético. Pasamos de largo y a distancia por San Andrés de Montejos, a los pies de los castros, donde enormes torres eléctricas superan los desniveles del terreno. En Bárcena del Bierzo, última parada. Hay otro Bárcena, de la Abadía, al norte de Fabero, otro punto neurálgico de este renacimiento energético, no muy bien contado, que acabó con dolor de cabeza, vidas truncadas, dificultad para respirar y que el último apague la luz. Es, junto a Posada del Bierzo, el pueblo más peculiar de la comarca por lo diferente, lo blanco de las fachadas, un blanco del Sur. Parece un guiño a los cientos y cientos de andaluces que se movieron desde Las Navas de San Juan, desde Jaén, desde tantos lugares, para aportar con su esfuerzo la prosperidad que trajo la luz eléctrica, moviendo dinamos y ganancias, agostando pulmones y esperanzas. Bárcena y Posada son dos pueblos que permanecen en el fondo del embalse, el pantano, el que aplaca la sed de los cultivos y sus laboriosos agricultores.
La traza sobre la que discurría el tren de la MSP es hoy una raya recta entre cultivos y pobres construcciones, con el arroyo de Navaliego como escudero. A buen seguro, si removiéramos un poco el revestimiento del camino, surgiría la carbonilla y un cierto tufillo al humo de las locomotoras. O si esperásemos un rato más, silenciosos, podríamos oírlo de nuevo pitar y moverse sobre los desaparecidos raíles, como en los cuentos de trenes fantasma.
Las imponentes chimeneas surgen tras un recodo, delgadas, columnas que sostienen el cielo sobre Cubillos del Sil. Y, sobre todo, las torres de refrigeración, dos toberas de un cohete hincado en la tierra. A medida que se camina a su encuentro, un sentimiento sobrecoge el ánimo, aprieta el estómago. No es ya su tamaño, su grosor o el recuerdo de cuando emitían vapor de agua como nubes de tormenta. Sobrecoge saber que su fin está próximo y que desaparecerán de la vista para siempre.
Después de tantos años con el pueblo berciano, deberían habernos dejado entrar por sus entrañas para darles nuestro adiós, un emocionado adiós a sus Grupos, a las tuberías de gigantes, a la desproporción de sus formas. Cojan cualquier objeto, un clip, y háganlo diez, veinte, cien veces mayor. Sigue siendo el mismo clip pero ya es otra cosa. Compostilla no deja de ser una simple cocina: calienta el agua, produce vapor cuyo guiso era eléctrico y poderoso. En un buen entierro se visita al finado -la finada en este caso- para desearle un buen tránsito, darle un beso en la gélida mejilla, o confirmar que la muerte se ha apoderado ya de aquel que nos hacía la vida ¿mejor o peor? La térmica de nuestros desvelos, la de la lluvia ácida, las anuales reparaciones, los cánceres, las buenas nóminas, y una prosperidad engañosa. Dicen que en el 2022 vendrán los dinamiteros, los nitroglicerinantes, colocarán las cargas, los cables, drones sobrevolarán el recinto -que hoy todo es espectáculo y youtube su templo- y alguien pulsará un botón como quien elige planta en un ascensor. Yo espero estar allí, lo más cerca que los volantes cascotes permitan. Y sé que lloraré, viendo cómo se ha acabado una etapa de la vida, como se llora al noble enemigo que nos hizo mejores, sabiendo que la Era del Carbón ha finalizado con la andanada de la onda expansiva. Ya no estará ese gigantesco solar, nuestras pirámides de Egipto, una de las maravillas industriales de España, visible desde cualquier lugar elevado. En el recuerdo quedarán las inmensas columnas de vapor cuando, tras franquear el Manzanal, nos decía que ya estábamos en casa, con la larga bandera marrón de sus chimeneas expulsando veneno que respiramos como fumadores compulsivos por décadas, ponzoña llevada por el viento hacia el oeste. Así que apúrense, tomen la línea 3, y vayan a despedirse del Dragón de Vapor, que el tiempo apremia, el sol brilla, el hidrógeno abunda y el viento mueve las aspas.
Interesante. Habrá que ir.